Contra todo pronóstico: La formación de un Líder Juvenil Lenca
28 febrero 2023
A los 23 años, Diego Rafael Osorto esperaba encontrarse «en el Norte», como otros cientos de hondureños y hondureñas que empiezan a caminar hacia la frontera con Texas todas las mañanas.
En su lugar, sus pinceladas limpias y uniformes extienden capas de pintura sobre una escultura de madera, ayudando a transformar su pasión por el arte en un negocio socialmente responsable.
A simple vista, su decisión de permanecer en uno de los países más pobres del hemisferio occidental puede desafiar toda lógica. La tasa de desempleo es alta, la corrupción es endémica, y existe un gran nivel de violencia, en especial violencia de bandas, a lo que se suma la extorsión y el asesinato. A la miseria que sufre el país se añadió la pandemia de Covid-19 y dos huracanes que devastaron el país en 2020. La incapacidad del estado de proporcionar a su pueblo un medio de vida decente les llevó a elegir a un gobierno más responsable socialmente en 2021.
Diego también había pensado en abandonar el país.
Su padre emigró cuando nació Diego, y Diego fue creciendo soñando con el Norte que le ofrecía en su imaginación promesas de éxito y riqueza. La falta de empleo y oportunidades y el elevado índice de suicidio entre los y las jóvenes alimentaron su deseo de escapar.
«Cuando era más joven me daba miedo, estaba desesperado.»
Diego tenía pocas esperanzas de lograr algo en Honduras, habiendo crecido en la pobreza y sin una red de apoyo.
«De niño, mi madre se encontraba muy enferma, por lo que a mi me llevaban a menudo de una casa a otra mientras ella recibía tratamiento. Este hecho marcó mi vida para siempre. Con frecuencia ni siquiera sabía donde estaba mi madre.»
Puede que su cabeza le empujara a pensar en el norte, pero la realidad le devolvía enseguida a su vida en su país cada vez que pensaba en las mujeres de su vida.
«Las mujeres, mi madre, mi abuela, todas ellas, nos enseñaron lo que vale la vida, y fueron mi inspiración. Ellas tuvieron que luchar muy duramente para sobrevivir. ¿Cómo podía irme y dejarlas aquí?»
La obligación de conseguir ingresos
Para quedarse en Honduras, Diego necesitaba encontrar una manera de sobrevivir. Dejó la escuela y empezó a trabajar en dos empleos a la vez, uno de ellos en un café. Parecía ser una situación sin importancia en ese momento, pero transformó su vida para siempre.
A la vez que observaba cómo se gestionaba el café, empezó a pensar en abrir su propio negocio. Diego ganó una beca para realizar un curso de formación en creación de empresas, donde aprendió los conceptos básicos del espíritu empresarial, como el marketing y cómo desarrollar un plan de negocios.
Pronto, descubriría una nueva pasión.
«Ví una pieza de madera y sentí que le faltaba algo, así que la pinté. Luego descubrí una nueva técnica de pintura gracias a mi hermano, que trabaja con mosaicos. Y entonces un día una persona se ofreció a comprar mi obra de arte y descubrí que podía ganar ingresos con ello.»
De pequeño, su abuela cocinaba y vendía su comida para ayudar a alimentar a su familia.
«Algunos días no teníamos comida ni suficiente dinero para comprarla. Así que mi abuela cocinaba lo que podía y ahora, a los 70 años, sigue cocinando platos deliciosos. Si los turistas pudieran probarlos, ¡les encantaría!»
Negocio, arte, gastronomía: ¿sería posible hacer realidad esta visión?
Nació entonces una idea
Eran momentos de cambio en Honduras, por primera vez una mujer había sido elegida presidente, lo que suponía un rayo de esperanza para los numerosos grupos del país con poca representación. Así que cuando Diego se apuntó a un taller de ParticiPaz, un proyecto conjunto desarrollado por Derechos Humanos de las Naciones Unidas y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se abrió un nuevo mundo para él.
«Fue la primera vez que oía lo que eran los derechos humanos,» explicó. «El tema era la discriminación, que es muy profunda en mi país, contra personas indígenas pero también contra las mujeres. Aprendí cómo yo puedo en mi condición de artista abogar por la protección de los y las defensores y defensoras de derechos humanos en mi comunidad, e incluso convertirme yo mismo en un defensor de los derechos humanos.»
El proyecto, financiado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Consolidación de la Paz, ayuda a reducir los conflictos animando a las comunidades que no suelen tener suficiente representación a participar en las decisiones sobre gobernanza. Yo
Y esto le dio una idea a Diego.
Se dirigió a Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Honduras y les sugirió crear un espacio para talleres para la comunidad: las Naciones Unidas podrían usar su espacio, y también la comunidad. Juntos, trabajarían para luchar contra la discriminación contra las personas indígenas, para defender sus tierras frente a la usurpación por las grandes corporaciones, y para luchar contra la delincuencia que estaba lentamente envenenando a la juventud de su país, al tiempo que animaban a los y las jóvenes indígenas a quedarse en su país.
Un renacimiento de la cultura
Diego lives in La Esperanza, a busy state capital in southwestern Honduras with a reputation for cold weather, the coldest in the country. In the morning, a white fog rises over the mountain plateaus of Intibucá province, where indigenous Lenca have lived for 1500 years. The snow-like blanket covers the lakes and trees with a soft white cloud until the sun pierces through and burns it off.
La Esperanza – which means “hope” in Spanish – is a market town for the rural Lenca who come here to sell their produce. It is also known as the birthplace of Berta Cáceres, the prize-winning environmental activist who was assassinated in her home in 2016 after successfully fighting to stop the building of a dam.
La Esperanza sits right on the Ruta Lenca, the Lenca Trail, a tourist itinerary that winds through Lenca lands and encourages visitors to discover Lenca culture – their way of life, their bold hand-woven textiles and their delicate black-and-white pottery.
Until recently, Lenca culture was in retreat, its language almost extinct, its young people seeking a livelihood elsewhere. But there is a move afoot in Honduras to revitalize indigenous cultures, and the Lenca Trail is part of that revival.
“There is more pride now, people are more conscious, especially through social media,” said Diego. “I say, let’s be orgullosos of our Lenca culture, let’s be proud of it. Let’s support ourselves locally and share our food and our handicrafts with people.”
Diego wants to be part of this revival.
A cultural corridor
Armed with little more than passion and new marketing knowledge, he decided to turn his mother’s garden into a café. And exhibit other people’s art. And serve food. He decided to name it Liquidambar, after a popular tree, one of the country’s leading exports.
“My business will be a vehicle for advocacy for all, all races, all genders, that’s something I learned from the ParticiPaz workshop.”
UN Human Rights sees in Diego a promising young leader. “He has such positive leadership,” said Eloy Enrique Bravo, Associate Human Rights Officer. “He is also an environmental defender and a defender of ancestral culture – it is not common to see such motivated young people and he deserves our recognition.”
Diego is now looking for financial support from local banks to advance his business and is getting help from his community. He has built a network of allies, ranging from childhood friends to former teachers to local artists, all joining in an informal Lenca network to help keep the culture alive.
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No se trata de crecer de forma individual, se trata de crecer codo con codo con su comunidad.
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Eloy Enrique Bravo, Oficial Asociado de Derechos Humanos con Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Honduras
«Diego no quiere salvar la cultura Lenca él solo, lo que quiere es que todo el mundo se le una en su esfuerzo. Diego tiene una visión amplia que conlleva dar su apoyo a otras personas para que así el cambio llegue a todo el mundo, donde se oigan todas las opiniones, no solamente la suya,» afirmó Eloy Bravo. Diego aspira a convertir algún día la calle de su madre en un pasillo cultural, donde abunden cafés, galerías de artes y tiendas, un lugar donde poder mostrar la verdadera cultura Lenca al mundo entero.
Luchando por el futuro
A la vez que trabaja para hacer realidad su visión, Diego se gana la vida enseñando arte y sirviendo de inspiración a sus estudiantes.
«Quiero motivar a los y las jóvenes, ayudarles a usar el arte para una buena causa en lugar de elegir convertirse en criminales o emigrar. A lo mejor esto sirve para darles una razón para quedarse en el país, y mantenerse alejados de la violencia.»
«Con mi arte y mi mensaje a la sociedad, puedo ayudar a transformar una calle donde abunda el vandalismo y el crimen en un lugar seguro, transformar un lugar negativo en uno positivo.» El mostrar arte Lenca también contribuiría a acercar gradualmente a los turistas.
No obstante, Diego sigue estando en peligro: cerca del 70% de los ataques contra defensores y defensoras de derechos humanos se cometen contra aquellos y aquellas que protegen el medioambiente. Ser un activista medioambiental o un defensor de los derechos humanos en Honduras conlleva riesgos considerables, y Diego es ambas cosas.
De vez en cuando, Diego aun se siente tentado a emigrar al norte, especialmente cuando se encuentra obstáculos en su camino. Pero enseguida acalla esta tentación.
«Estoy feliz por haberme decidido a quedarme, sirviendo a mi comunidad. Siento que puedo servir de inspiración a otras personas. Veo la situación de otros jóvenes y sé que no soy único.»
Nota: Derechos Humanos de las Naciones Unidas confía en aprovechar esta experiencia y empoderar a líderes jóvenes en todo el país. Un nuevo proyecto financiado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Consolidación de la Paz, Tierra Joven, aspira a fomentar la participación relevante de mujeres y hombres jóvenes en decisiones que afectan a sus derechos y al acceso a tierras y territorios