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Las inciertas perspectivas de las jóvenes que sobrevivieron a Boko Haram

21 junio 2017

En 2013, Afra* fue secuestrada de su casa en el noreste de Nigeria por el grupo insurgente Boko Haram, que la obligó a casarse con uno de sus militantes. Afra tenía entonces 13 años de edad. Cuando su marido murió, pocos meses después, la obligaron a casarse con otro combatiente. En septiembre de 2016 Afra fue rescatada de su cautiverio por el ejército nigeriano y enviada a un campamento para desplazados internos.

En el campamento, Afra se dio cuenta de que estaba embarazada. En busca de apoyo familiar, Afra se fue a vivir con dos de sus hermanas. Pero el apoyo tarda en llegar: la joven lleva consigo el estigma de haber concebido un hijo de un miembro de Boko Haram.

La historia de Afra es típica de cientos de muchachas y mujeres que se han visto atrapadas en la campaña de terror que Boko Haram lleva a cabo en la cuenca del Lago Chad. Su porvenir, el de las 82 “niñas de Chibok” liberadas en mayo de este año y el de muchas otras que comparten la misma dolorosa historia, sigue siendo incierto.

El largo camino de la recuperación

Para los Relatores Especiales de las Naciones Unidas sobre la venta de niños, Maud de Boer-Buquicchio, sobre la esclavitud, Urmila Bhoola, y sobre el derecho a la salud, Dainius Pûras, “la liberación es apenas el primer paso en el largo camino de la recuperación y la rehabilitación”.

Durante la visita conjunta que realizaron a Nigeria en enero de 2016, los tres expertos examinaron las medidas que el gobierno podría adoptar con miras a rehabilitar y reintegrar a las mujeres y los niños que han sobrevivido al cautiverio a manos de Boko Haram. En su informe, los expertos señalaron que dichas medidas deberían abordar las causas profundas –en particular la pobreza, la discriminación, la falta de seguridad y las carencias, el estigma, la marginación y la desigualdad de género- que han fomentado las desigualdades entre los grupos de población y las regiones, y han contribuido al auge del extremismo violento.

Los expertos señalaron también que el proceso de rehabilitación y reintegración social de las mujeres y muchachas liberadas debería abordar sus necesidades inmediatas y las de sus comunidades, al tiempo que tendría que orientarse a lograr transformaciones fundamentales que mejoren esas sociedades.

Según los cálculos de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés), en el noreste de Nigeria unos 8,5 millones de personas tienen urgente necesidad de ayuda para salvar la vida; 5,2 millones corren riesgo de hambruna en los meses de julio y agosto, la temporada de escasez; un millón de niños están sin escolarizar y 1,8 millones de personas necesitan que se les proteja de la violencia por motivos sexuales y de género.

Comprender la dimensión de género

En los últimos años ha habido un aumento del número de grupos terroristas que sistemáticamente someten a las mujeres y las muchachas al matrimonio forzoso y la esclavitud sexual, pero que también las usan como escudos humanos, espías, mensajeras, contrabandistas, reclutadoras y combatientes, así como para realizar ataques terroristas suicidas.

El reconocimiento de la condición de víctimas de las mujeres y las muchachas, así como su participación en ataques terroristas, ha reforzado la necesidad de examinar las dimensiones de género en la respuesta mundial antiterrorista. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue el primero en reconocer los vínculos entre la trata de personas, la violencia sexual y el terrorismo, en su resolución 2349 (2017).

Esta necesidad también llevó a la Oficina del ACNUDH, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y la Unión Europea a coordinar un Taller sobre las dimensiones de género de la respuesta de la justicia penal al terrorismo, que se celebró a principios de mayo pasado en Abuja (Nigeria).

En el taller, los participantes –en su mayoría juristas y agentes de la sociedad civil- pusieron de relieve la importancia fundamental de los enfoques sensitivos para investigar y procesar los actos de terrorismo. Asimismo, señalaron la necesidad de proporcionar a los agentes de la ley una formación que tenga en cuenta las diferencias de género; de que la legislación se aplique con una perspectiva de género; que se sensibilice a las víctimas acerca de sus derechos y de cómo exigirlos y de proporcionar reparación y protección a quienes se deciden a plantear sus casos. 

Lo que les reserva el futuro

Tal como señalaron varios participantes, “para algunas de estas víctimas [el cautiverio] es la única realidad que conocen y que han vivido. La educación y la autoestima de mujeres y muchachas, hombres y niños es fundamental para reducir las desigualdades en la región”.

La educación ha demostrado ser un instrumento esencial para empoderar a las mujeres y las muchachas y convertirlas en participantes activas en la lucha antiterrorista y en los esfuerzos encaminados a aportar resarcimiento, recuperación y rehabilitación a las víctimas. La educación ayuda también a las comunidades a contrarrestar el estigma que afrontan las mujeres y muchachas que han sido víctimas de delitos como la violencia sexual y el matrimonio forzoso.

Algunas de las muchachas que escaparon tras haber sido secuestradas por Boko Haram en Nigeria ya han comenzado a expresar sus ideas. Sus argumentos son inequívocos: “cada niño o niña necesita recibir instrucción y asistir a la escuela”. Rachel* es una de esas muchachas que ya está de vuelta en la escuela.

“Mi sueño es llegar a ser médico en el futuro y servir de inspiración a otras chicas, y volver a mi país y ayudar a que los niños vayan a la escuela y ayudar a que otros puedan recibir la educación que merecen”, dijo Rachel, cuyo padre y tres hermanos más jóvenes fueron asesinados por terroristas de Boko Haram.

*Los nombres se han cambiado para proteger la identidad de las víctimas.

21 de junio de 2017