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Una historia de coraje para conmemorar el Holocausto

02 febrero 2016

En mayo de 1940, Paulette Angel-Rosenberg vivía en Metz (Francia) con su familia, cuando se vieron obligados a abandonar su hogar. Eran judíos y las tropas alemanas acaban de tomar la ciudad. Paulette tenía entonces 12 años.

La familia se desplazó de ciudad en ciudad, hasta que finalmente se instalaron en un pequeño pueblo, donde pensaron que estarían seguros.

“Estábamos contentos, estábamos juntos”, recuerda Angel-Rosenberg, que ahora tiene 88 años de edad.

Pero esa felicidad no iba a durar mucho. En 1942, ella y su familia tuvieron que enfrentarse a una de las numerosas redadas de judíos que se realizaron en Francia durante la Segunda Guerra Mundial.

La Sra. Angel-Rosenberg narró sus experiencias en calidad de superviviente del Holocausto durante el discurso que pronunció en la ceremonia de conmemoración del Holocausto que tuvo lugar en el Palacio de las Naciones de Ginebra (Suiza), el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

El acto corrió a cargo de la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, en colaboración con la Misión Permanente de Israel y la Delegación Permanente de la Unión Europea. El Congreso Mundial Judío presentó a Angel-Rosenberg ante las Naciones Unidas.

En una declaración formulada con motivo del Día Internacional, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el Sr. Zeid Ra’ad Al Hussein, dijo: “El Holocausto seguirá siendo siempre una terrible cicatriz en la conciencia de la humanidad… Hoy, al conmemorar a las víctimas del Holocausto, espero que todos podamos reflexionar sobre la necesidad de seguir luchando contra el racismo y la intolerancia étnica o religiosa en todas sus formas y con todas nuestras fuerzas”.

“Este es nuestro deber solemne hacia la memoria de las víctimas: demostrar valor cívico y gobernar con responsabilidad”, afirmó. “Debemos prevenir actos futuros de genocidio, haciendo frente al desafío que la humanidad aún afronta actualmente –la tarea de aprender a convivir, como iguales, con dignidad y respeto”.

Angel-Rosenberg y su familia habían oído el rumor de que esas redadas se producían en París, pero pensaron que estaban en seguridad porque eran franceses y por entonces sólo arrestaban a los judíos extranjeros. Pero pronto descubrieron que los alemanes que ocupaban la mitad de Francia querían eliminar a todos los judíos.

En sólo dos días, el 16 y 17 de julio, más de 13.000 judíos serían arrestados y deportados a Drancy, para luego ser asesinados en Auschwitz. Pocos días después, los judíos franceses serían los siguientes en ser deportados a Drancy.

Entonces la familia comprendió que tendrían que viajar más lejos, hasta una “zona de seguridad” que evitara su arresto y deportación. La familia tomo la difícil decisión de separarse y viajar en parejas.

Su padre pagó a varios contrabandistas para que les llevaran a ella y a su hermana Sophie a un lugar seguro. Los contrabandistas les dijeron que informaran a las autoridades, tras lo cual ambas fueron detenidas.

Angel-Rosenberg y su hermana permanecieron arrestadas en el lugar durante tres semanas, hasta que el director de la prisión les dijo que serían enviadas a Drancy, la antesala de la muerte. Angel-Rosenberg tenía 15 años de edad.

“Pero, señor, nosotras somos francesas, nacimos aquí”, le replicó Angel-Rosenberg al funcionario.

De nada les valió. Las subieron a un tren con rumbo a Drancy, última parada antes de la muerte.

Pero la pesadilla pronto llegaría a su fin. Los prisioneros restantes fueron liberados de Drancy a finales de ese año y no se les deportó a Auschwitz. Poco después las chicas se reunieron con sus parientes en un pueblo próximo a Grenoble, una zona que entonces no estaba bajo ocupación alemana, donde vivían numerosos refugiados judíos.

Sin embargo, la familia no permanecería mucho tiempo reunida, porque su padre fue arrestado, torturado y asesinado por los nazis. Murió tan sólo tres semanas antes del final de la guerra.

Al término del conflicto, Angel-Rosenberg regresó a Metz con su madre y su hermana, y en 1953 se fue a vivir a Suiza.
Aún sigue narrando su historia, para que la gente no olvide nunca los horrores que no hace tanto tiempo ocurrieron en Europa.

“No debemos permitir jamás que ocurra otro Shoah (Holocausto)”, es su conclusión.

2 de febrero de 2016