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Declaraciones y discursos Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En la Universidad de Ottawa, Türk insta a los Gobiernos a ajustar sus políticas y medidas a los principios de derechos humanos

16 octubre 2023

Pronunciado por

Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En

Universidad de Ottawa

Rector Dr. Jill Scott,

Profesor Packer,

Estimados amigos y amigas,

Estoy encantado de poder hablar hoy en esta notable universidad. Aprovecho esta oportunidad para homenajear a la Nación Algonquin Anishinabe, quienes han vivido en esta tierra desde tiempos inmemoriales, así como a todas las Primeras Naciones, los pueblos Inuit y los Métis. Mi discurso de hoy se inspira en la resiliencia y coraje que estos pueblos continúan recibiendo de esta sabiduría ancestral.

Hoy en día, la humanidad se enfrenta a enormes desafíos los cuales se van sucediendo unos a otros sin descanso, produciendo resultados desastrosos a nivel global.

Un ejemplo muy claro de este escenario está ocurriendo en Oriente Medio. La horrenda violencia de los ataques contra civiles israelíes que se desató desde Gaza hace nueve días, así como la toma de más de 150 rehenes, incluyendo niños y niñas, ha encendido un polvorín. La respuesta israelí ha incluido por ahora el bombardeo de objetivos situados en zonas urbanas densamente pobladas de Gaza además del corte del suministro de electricidad, agua, alimentos y combustible, lo que ya está teniendo enormes repercusiones para los civiles. Una escalada mayor, y la propagación a países vecinos, parece una realidad plausible y supondría una catástrofe.

Antes de abordar otras cuestiones que afectan a nuestro planeta en la actualidad, yo quiero prestar algo más de atención a esta situación, ya que me resulta sumamente preocupante, al igual que a ustedes, me imagino.

Dado los asesinatos en masa, la toma de rehenes y otros posibles crímenes de guerra cometidos contra civiles, infligidos por Hamas el 7 de octubre, es evidente que Israel tiene intereses legítimos sobre su seguridad. También es evidente que toda respuesta debe cumplir estrictamente con el derecho internacional humanitario y con las normas internacionales de derechos humanos.

Millones de civiles palestinos y palestinas no tienen por qué pagar el precio por las atrocidades perpetradas por Hamas y otros grupos armados. Es evidente que todas las partes del conflicto han de respetar el derecho internacional, incluyendo los principios de distinción, precaución y proporcionalidad.

Esta crisis no se produjo en el vacío. Los líderes políticos actuales han de romper los círculos viciosos de la violencia, el suplicio y la venganza, y sustituirlos por una visión de coexistencia pacífica.

En última instancia, ¿cuál es el objetivo real? Es que los israelíes y los palestinos puedan vivir juntos, respetando cada uno los derechos del otro. Los palestinos y los israelíes siguen siendo unos para los otros la única esperanza de conseguir una paz duradera.

En otros lugares de nuestro planeta, han ido sumándose también más conflictos. Nos enfrentamos en la actualidad al mayor número de conflictos violentos desde 1945; el año pasado, se calculó que una cuarta parte de la humanidad vive en lugares afectados por conflictos. Además, estas guerras y conflictos son implacables, con una falta de respeto estremecedora por los derechos más básicos de los y las civiles.

El programa mundial de desarrollo, el cual prometía acabar con la extrema pobreza antes de que se acabara esta década, se tambalea ahora, debido en parte a la guerra de Rusia contra Ucrania, lo que ha tenido enormes repercusiones en los precios de los alimentos y los combustibles.

El racismo y la discriminación, de manera especial contra mujeres y niñas, están de nuevo al alza, con una oposición coordinada contra los importantes y considerables avances conseguidos en décadas recientes. Las provocaciones deliberadas, como los recientes y abominables incidentes donde se quemaron ejemplares del Corán, van dirigidas a dividir a los países y las comunidades.

Las plataformas digitales se están convirtiendo en sistemas de transmisión de viles discursos de odio contra mujeres y niñas; contra los y las afrodescendientes; judíos y judías; musulmanes; personas LGBTIQ+; refugiados y refugiadas; migrantes, y muchas otras personas pertenecientes a grupos minoritarios. Los avances tecnológicos sin regulación de la inteligencia artificial, las armas autónomas y las técnicas de vigilancia, suponen una amenaza profunda contra los derechos humanos.

Además, cada vez en más países, las severas restricciones al espacio cívico debilitan una justicia imparcial; los medios independientes; así como el espacio para poder ejercer las libertades fundamentales de todo el mundo. La pandemia ha tenido también consecuencias profundas para todas las sociedades, dejando cicatrices en nuestras economías, nuestras instituciones y nuestras relaciones.

Asimismo, todas estas tendencias agravan y alimentan la amenaza más general y cada vez más veloz de la triple crisis planetaria, la cual es la amenaza más crucial para los derechos humanos a la que se enfrenta nuestra generación. Hace dos años, la destrucción por el fuego de la ciudad canadiense de Lytton nos sirvió de advertencia sobre el mundo con un futuro distópico que nos esperaba, si no optábamos por pasar a la acción rápidamente. En la actualidad, tras un verano de calor sofocante y de condiciones meteorológicas extremas, podemos afirmar que este futuro distópico ya es una realidad hasta cierto punto.

Conflicto. Pobreza. Odio que lleva al enfrentamiento. El uso de los avances científicos y técnicos con fines militares. La represión de las libertades cívicas. Sumado a un cambio climático ya extendido y profundamente negativo. Todos estos desastres son antinaturales. Son provocados por el hombre, son predecibles e increíblemente peligrosos.

Ante todas estas realidades, creo que todos nosotros y nosotras sentimos cierta intranquilidad, quizás incluso pánico, al tener que enfrentarnos a un horizonte que se va acercando cada vez más. Pero esta realidad es aún más acuciante con los y las jóvenes. Estas tendencias dominantes van a repercutir con toda seguridad sobre vuestras carreras profesionales, así como sobre la trayectoria que tomen vuestras vidas, al igual que la de las próximas generaciones.

Hoy me presento aquí para aseguraros que estas tendencias aún pueden ser gestionadas y resueltassi todos los pueblos y todos los Estados, incluyendo a Canadá, pueden compartir la labor que supone construir una hoja de ruta hacia la búsqueda de soluciones.

¿Pero qué aspecto deberían tener estas soluciones?

Permítanme que empiece contando una historia. Una historia que trata sobre la sabiduría que mostraron nuestros antepasados, en un pasado donde la oscuridad y la incertidumbre tiene resonancias, a mi parecer, con los tiempos actuales.

Hace setenta y cinco años, la Segunda Guerra Mundial acababa de terminar. En el espacio de apenas 20 años, se habían librado dos guerras mundiales con un coste de millones de vidas y que supuso la destrucción de muchos países. El Holocausto había puesto en práctica el sistema más abominable de horror y muerte que se podía concebir, con el fin de asesinar a millones de personas. La bomba atómica trajo consigo un tipo y escala masiva de muertes nunca antes vistos en el planeta. Millones de personas fueron obligadas a abandonar sus hogares y echar raíces en lugares que les resultaban completamente desconocidos y complejos.

Fue entonces cuando países de todas las regiones del mundo se reunieron para crear las Naciones Unidas y establecer una declaración destinada a poner fin a estos ciclos de generación de horror, destrucción y pobreza, que estos países se habían visto obligados a soportar.

A continuación, diseñaron un mapa. Un texto que trazaba, para esas mismas generaciones y para las futuras, una ruta que evitara las guerras. Una ruta hacia la reconciliación entre los bandos enfrentados. Estos países planificaron y trazaron los pasos que servirían para construir sociedades más justas, más equitativas, y por lo tanto más resilientes.

Establecieron derechos civiles y políticos; derechos económicos, sociales y culturales.

El derecho a vivir sin ningún tipo de discriminación, detención arbitraria o tortura; y el derecho a un juicio imparcial y a una protección igual de la ley. Los derechos a la educación y a una alimentación adecuada; a asistencia sanitaria; a vivienda; a agua potable, a saneamiento, a protecciones sociales y a condiciones justas y adecuadas de trabajo. Libertad de expresión, opinión, y el derecho a la vida privada. Libertad de asociación y de reunión pacífica, además de libertad para participar, de manera libre y decisiva, en los asuntos públicos. Libertad de religión o creencias.

Estos y otros derechos, que son inherentes a cada uno de nosotros y nosotras (tú vales lo mismo que yo) quedaron expuestos en un texto que se ha convertido en un referente en la búsqueda de una mayor dignidad humana.

Durante los últimos 75 años, la Declaración Universal de los Derechos Humanos ha servido de orientación a los enormes avances conseguidos en países de todo el mundo.

Muchas estructuras que mantenían una grave discriminación racial y de género fueron desmanteladas. Se consiguieron avances importantísimos en educación y atención sanitaria. Se hizo también más evidente la necesidad de que gobiernos e instituciones escuchen, informen e incluyan plenamente y de manera significativa a las personas en la toma de decisiones.

Muchos países recuperaron su independencia.

Y las personas recuperaron sus derechos. Y lo que quizás sea lo más importante de todo, la Declaración Universal inspiró un activismo y una solidaridad vibrantes, imaginativos, y poderosos, todo lo cual dio poder a las personas para exigir sus derechos y para participar activamente en sus comunidades y sociedades.

Estos grupos aportaron un impulso aún mayor para erradicar formas adicionales de discriminación, incluyendo la que se ejerce contra personas LGBTI+. Abogaron por el reconocimiento del derecho al desarrollo y el derecho a un medioambiente limpio, sano y sostenible; y por la Declaración sobre los Derechos de las Poblaciones Indígenas, la Declaración sobre los Defensores de los Derechos Humanos, además de tratados y leyes específicos y vinculantes para promocionar y proteger los derechos humanos.

Estoy convencido de que el ideal de los derechos humanos ha supuesto uno de los movimientos de ideas más constructivo de la historia de la humanidad, y que por encima de todo, ha sido también uno de los más fructíferos.

¿Cómo pudo un texto tan sencillo provocar una transformación tan profunda?

Porque "el reconocimiento de la dignidad inherente y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana es la base de la libertad, la justicia y la paz en el mundo." Un mayor respeto por los derechos humanos (todos los derechos humanos, los cuales se refuerzan unos con otros), construye un desarrollo más sostenible y una paz más duradera. Esta es una verdad con un poder enorme.

Las sociedades que están arraigadas en los derechos humanos están mejor equipadas para soportar las conmociones, ya se deriven estas de desastres naturales, conflictos, una pandemia o una recesión global.

Ofrecen a sus pueblos una vida mejor, independientemente de su género, origen étnico, o cualquier otra característica. Una vida libre de miseria y de miedo.

Economías y sociedades que sean inclusivas y participativas; en las cuales se compartan de forma equitativa las oportunidades, los recursos y los servicios, y donde se pueda exigir responsabilidades a los gobiernos, donde se haga justicia, y donde existan oportunidades y esperanza.

Los medios de comunicación libres e independientes, y los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica, contribuyen a adoptar decisiones mejores y más informadas. Estos derechos son también esenciales para asegurar que todos los miembros de la sociedad, incluyendo a los y las jóvenes, sientan que participan y que su opinión importa para conseguir el bien común.

Ningún país o economía puede desarrollar todo su potencial si muchas personas quedan excluidas a la hora de poder acceder a oportunidades. Los derechos a vivir sin discriminación, y a tener un acceso equitativo a recursos y oportunidades, benefician a todo el mundo.

En el núcleo de las Naciones Unidas, y de todo el trabajo realizado para consolidar la protección ante la guerra y la pobreza, está la convicción compartida de que todos los seres humanos son iguales en dignidad y en derechos. Las mujeres, las personas con discapacidades, las personas de cualquier religión u origen étnico u orientación sexual o nacionalidad, todos nosotros y nosotras nacemos iguales.

Canadá lleva tiempo siendo un líder relevante en la defensa a nivel mundial de los derechos humanos y de un orden internacional anclado en normas y tratados acordados entre todos. Estoy aquí por invitación del Gobierno, con el objeto de afianzar nuestra colaboración en una época de graves retrocesos en todo el mundo en cuestión de objetivos clave de derechos humanos, a la vez que existe una necesidad de usar enfoques multilaterales para abordar problemas que comparten todos los países. También me gustaría contar con la participación de la sociedad civil y de los Pueblos Indígenas de Canadá.

Quiero resaltar mi solidaridad con los Pueblos Indígenas de este país, quienes han padecido generaciones de violaciones y abusos de derechos humanos.

Durante 120 años, a más de 150.000 niños y niñas de las Primeras Naciones, métis e inuit, les separaron de sus familias y les obligaron a asistir a escuelas donde se les despojaban de sus lenguas y tradiciones y donde sufrieron abusos físicos y sexuales. El descubrimiento de una fosa común de 215 niños en una de esas escuelas de Columbia Británica hace dos años es de por sí estremecedor, y apunta a que muchos más niños y niñas podrían haber muerto en circunstancias poco claras. El año pasado, la Cámara de los Comunes calificó por unanimidad de genocidio el sistema de escuelas residenciales.

Además, entre 1956 y 2016, unas 4.000 mujeres indígenas desaparecieron —y tal vez fueron asesinadas— sin que las autoridades lo investigaran debidamente. La Investigación Nacional sobre Mujeres y Niñas Indígenas Desaparecidas y Asesinadas ha concluido que estos miles de desapariciones y asesinatos también fueron el resultado de un genocidio.

Este reconocimiento ha sido un paso importante en pro de la justicia. En acuerdos posteriores se ha indemnizado a supervivientes de escuelas residenciales y a sus familias; a supervivientes del traslado forzoso de inuits de sus tierras; y por los daños causados al suministrar agua no apta para el consumo. Todavía quedan pendientes algunas demandas colectivas, como las relativas a la esterilización forzosa de mujeres indígenas, los malos tratos sufridos en los "hospitales indios" y la gran discriminación por parte de agentes del orden y las prisiones.

Estas cuestiones tienen que abordarse.

También se debe reconocer de forma amplia —no sólo por parte del gobierno federal— que el trauma intergeneracional derivado de estas violaciones sistemáticas de derechos humanos y la discriminación persistente y grave contra los pueblos de las Primeras Naciones, inuit y métis, siguen perjudicando a gran escala en la actualidad. Esto requiere una acción rápida, decisiva y eficaz.

Canadá ha realizado una gran labor, muy bien acogida, para promover los derechos de las mujeres y niñas. Ha adoptado una postura de principios sobre los derechos humanos de las personas LGBTIQ+, incluyendo el Plan de acción federal 2SLGBTQI+. Y también acojo con agrado su enfoque abierto de la protección de los refugiados y la inmigración. Al igual que en gran parte del mundo industrializado, el derecho a una vivienda asequible se ve amenazado en este país por los mercados financieros, lo cual pone en dificultades a familias y jóvenes. Aunque reconozco la labor sólida que ha efectuado Canadá para reconocer la vivienda como un derecho humano fundamental, animo a las autoridades a que sigan aumentando la disponibilidad de viviendas asequibles.

También me gustaría subrayar la urgencia de nuestra crisis climática, en especial cerca del Ártico, donde la emergencia climática está produciendo consecuencias de gran magnitud. Canadá tiene una función importante que desempeñar a este respecto. La mayoría de las empresas mineras y de exploración minera del mundo tienen su sede en este país. La Estrategia de conducta empresarial responsable del Gobierno y la creación del Defensor del Pueblo Canadiense para Empresas Responsables en 2019 son medidas significativas. Pero se debe hacer mucho más para eliminar progresivamente el uso de combustibles fósiles con rapidez y sin excepciones, y adherirse plenamente a los Principios Rectores sobre las Empresas y los Derechos Humanos.

Para que la humanidad tenga futuro en un planeta seguro para la vida humana, no hay otra alternativa. Es esencial que Canadá actúe contra el cambio climático, en lo que atañe a las conversaciones mundiales vacilantes y a las fuentes de energía nacionales y mundiales. Me complace señalar que a principios de este año se aprobó un proyecto de ley que reconoce el derecho universal a un medioambiente saludable.

Este es un aspecto en el que el liderazgo de este país puede contribuir a frenar la desesperación entre la juventud. En una encuesta realizada a 1.000 estudiantes de todo Canadá que se publicó a principios de este año, el 78% manifestó que el cambio climático perjudicaba su salud mental, hasta el punto de que el 37% de los encuestados mencionó que tenía un impacto negativo en sus actividades diarias. Esto coincide en gran medida con otros estudios mundiales. El mes pasado, una encuesta realizada por la Open Society Foundation a más de 36.000 personas de 30 países reveló que el cambio climático se encontraba entre las principales preocupaciones mundiales de la población, junto con la pobreza y las desigualdades. La encuesta también mostró que los y las jóvenes tenían mucha menos fe que sus conciudadanos más mayores en la capacidad de la política democrática para resolver los problemas, y creo que este punto es esencial.

Para generar confianza en el Gobierno, es imprescindible garantizar que este reconozca y promueva los derechos de las personas y ofrezca soluciones justas y eficaces.

Hoy nos enfrentamos a la colisión de diversas crisis y a la creciente división de los países en grupos de interés y bloques.

¿Cuál es el camino para encontrar soluciones?

En primer lugar, debemos superar las divisiones geopolíticas. Necesitamos de un lenguaje común, y un sentido de objetivos comunes, para poder buscar soluciones todos juntos y juntas. No hay otra forma. Esto requiere un enfoque ideológicamente neutro, pero que comprometa los profundos valores compartidos de la humanidad.

En segundo lugar, las soluciones para los desafíos actuales del planeta deben ser también coherentes entre sí. Las medidas para impulsar el desarrollo sostenible también deben mitigar el cambio climático y abordar la discriminación sistemática. Si una línea de trabajo perjudica a otra, el resultado es una pérdida caótica de tiempo. Pero si por lo contrario una solución puede emplearse como base para diseñar otra, entonces estaremos consiguiendo avances.

En tercer lugar, las soluciones han de hacer partícipes a nuestros sentidos más profundos: la solidaridad y la empatía. Hoy, las personas que menos tienen están siendo las más afectadas. En lo que se refiere al cambio climático, por ejemplo, ha de quedar claro que los países y las empresas que han conducido a crear el cambio climático deben contribuir a enmendar estos errores.

En cuarto lugar, encontrar soluciones eficaces también requerirá de todas las contribuciones de todos los miembros de todas las sociedades. Es vital que exista una participación libre, significativa y activa por parte de todos y todas con el objetivo de conseguir cambios reales. Hemos de sacar provecho de la creatividad, las habilidades y de los comentarios críticos de todas las personas, y de forma especial de aquellas personas que permanecen silenciadas y perjudicadas debido a las disfunciones del mundo actual. En todos los aspectos del proceso de toma de decisiones, es vital que construyamos puentes entre personas, de forma particular entre las personas más afectadas, y las instituciones gubernamentales y las empresas.

En resumen, necesitamos directrices que se deriven de valores arraigados en todas las culturas que existen en la humanidad. Necesitamos de ciertos objetivos fundamentales: igualdad humana, dignidad humana, derechos humanos, que abarquen todas las esferas de las políticas y hagan frente a todas las dificultades. Hemos de acabar con la discriminación y con otras barreras que obstaculizan la participación de las personas.

Necesitamos la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Sí, la Declaración Universal se redactó en una era anterior al cambio climático. Una era que puede parecer que ocurrió hace mucho tiempo atrás. Pero se basa en la experiencia de casi todo tipo de desastres a los que puede enfrentarse la humanidad. Y aunque nadie puede afirmar que las violaciones de los derechos humanos se hayan erradicado, las orientaciones de la Declaración Universal —concebida en un momento de desesperación y oscuridad— han demostrado ser prácticas, pragmáticas y eficaces. Nos enseña cómo puede sobrevivir la humanidad en la actualidad..

Las medidas de derechos humanos son la única vía para conseguir un desarrollo que sea inclusivo, participativo, y por lo tanto sostenible. La única vía posible para diseñar leyes que sean justas, y a las que se pueda recurrir para resolver disputas y avanzar en la estabilidad social y económica.

Son la única vía para garantizar que las sociedades sean equitativas, y que se beneficien plenamente de las contribuciones de todas las personas, sin discriminación ni represión.

Es la única manera de forjar una paz duradera. Porque una paz sostenible y duradera —en Oriente Medio y en otras regiones— proviene de la justicia y la rendición de cuentas.

A todos los Estados les interesa fomentar un núcleo sólido de derechos humanos que se sitúe en el centro de la política y la gobernanza.

Y toda persona puede elegir conformar su vida de acuerdo con estos valores, a la cabeza de los cuales está la simple verdad de que, con independencia del sexo, raza, creencias, orientación sexual, discapacidad, condición de migrante o cualquier otra característica, todos y todas tenemos el mismo valor y los mismos derechos

Yo confío en que 2023 se recuerde como el punto de inflexión que renovó nuestro compromiso para solucionar las dificultades a través de los derechos humanos. Este 75º aniversario de la Declaración Universal de este año supone una oportunidad para volver a capturar el espíritu que condujo a su aprobación, y a proyectarlo hacia el futuro, en forma de brújula de navegación y como conjunto coherente de soluciones que resiste el paso del tiempo y que puede guiarnos hoy fuera del peligro.

La Iniciativa Derechos Humanos 75 que dirige mi Oficina culminará con un evento de alto nivel a celebrarse el 11 y 12 de diciembre en Ginebra. Animo al Gobierno canadiense, a las empresas nacionales y a los grupos de la sociedad civil a que se comprometan a adoptar medidas importantes y catalizadoras en materia de derechos humanos a fin de introducir los cambios transformadores que tanto necesitamos.

Está clara la importancia de los derechos humanos en todo momento ya que las personas siempre serán importantes, y los gobiernos están para defender los derechos y mantener el bienestar de las personas. Pero estas leyes y principios resultan fundamentales en tiempos de crisis, cuando el futuro produce ansiedad, y cuando parece que las opciones que nos quedan son cada vez más limitadas. Es entonces cuando los valores fundamentales, y la sabiduría y las lecciones de nuestros antepasados, pueden guiarnos por el buen camino.

Gracias.