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Declaraciones Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Declaración inaugural del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos Michelle Bachelet en el 40º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos

25 febrero 2019

25 de febrero de 2019

Presidenta de la Asamblea General,
Secretario General,
Presidente del Consejo de Derechos Humanos,
Excelencias, Jefes de Estado y de Gobierno,
Ministros,
Colegas y amigos:

Me honra la oportunidad de dirigir la palabra a este Segmento de Alto Nivel del Consejo de Derechos Humanos. El impresionante número de dignatarios nacionales, regionales e internacionales que nos acompañan hoy da testimonio de la importancia y pertinencia de las deliberaciones del Consejo.

En el ejercicio de mis responsabilidades como Jefe de Estado y Jefe de Gobierno aprendí muchas cosas, pero hay dos lecciones que me gustaría compartir con ustedes en la mañana de hoy.

Una de esas experiencias fue muy sencilla: rara vez había una brecha muy amplia entre el interés de la humanidad y el interés nacional de mi país.

¿Ocurre así porque Chile posee un litoral muy alargado y está expuesto a poderosas influencias exteriores? ¿O, en realidad, es ese un fenómeno mucho más simple y común a todas las regiones?

Si una política fomenta, en apariencia, un interés estrecho a corto plazo, pero al mismo tiempo perjudica el futuro de la humanidad, esa política es sin duda contraproducente. 

Ahora, oímos a veces que se menosprecian los derechos humanos porque, al parecer, son “mundialistas” –un rasgo que estaría opuesto a los intereses patrióticos de un gobierno soberano. ¿Pero cómo es posible promover los intereses de un Estado mediante medidas políticas que lesionan el bienestar de todos los seres humanos?

Lo anterior es válido en lo relativo al cambio climático. Quizá ustedes conocen el proverbio: si crees que los intereses económicos son más importantes que el medio ambiente, trata de contar tu dinero mientras aguantas la respiración.

Cabe aplicar el mismo principio a la guerra: la destrucción que causan los conflictos actuales y su enorme costo económico y humano, generan daños extensos y duraderos. 

También es un principio válido en relación con la discriminación, que afecta al desarrollo general de la sociedad. Y asimismo es aplicable a las desigualdades, que están en el eje de nuestra lucha para proteger y promover los derechos humanos.

Es posible hacer frente a esos desafíos. Y esta es la segunda lección que quisiera compartir con ustedes esta mañana. En mi condición de Jefe de Estado, como Ministra del gobierno, como miembro de organizaciones no gubernamentales y como refugiada, he visto cómo se debatían, aplicaban, actualizaban y defendían numerosas medidas de derechos humanos.

Y pude comprobar que esas medidas daban resultados.

Las políticas basadas en los derechos humanos son eficaces. Generan mejores resultados para las personas, a lo largo y ancho de todo el espectro social y económico, y más allá de las fronteras. Esas medidas previenen injurias, conflictos, desigualdades, sufrimientos y discriminaciones de toda índole. 

Las políticas que consolidan la justicia social también contribuyen a desarrollar economías más sólidas.

Esas medidas impulsan la creación de sistemas políticos más integradores, mejores marcos para la educación, la atención sanitaria y otros servicios básicos.

Fomentan la cohesión y la armonía social. Refuerzan la confianza. Consolidan la esperanza.

Las medidas para garantizar que las autoridades establecen un diálogo respetuoso con la sociedad civil propician un desarrollo de mejor calidad y de más amplio espectro y quiero hacer hincapié en este punto: no puede haber un desarrollo óptimo, sostenible o integrador si están ausentes las voces de la sociedad civil. 

Las políticas que apoyan los derechos de cada mujer y cada hombre a tomar sus propias decisiones contribuyen a impulsar la Agenda 2030 y son positivas tanto para las comunidades como para los países.

Los sistemas que imparten justicia y proporcionan reparación a las víctimas facilitan también el reconocimiento de las injurias y propician la consolidación o reconstrucción de la paz y la seguridad.

Señora Presidenta:

El atractivo universal de las normas de derechos humanos proviene de su arraigo en diversas culturas y múltiples tradiciones. Estas normas y criterios han demostrado su valor en lo relativo a prevenir calamidades: son baremos que fomentan la seguridad, la resiliencia, la equidad, la cohesión social y la paz.

Estos son los principios que sustentan la labor de mi Oficina, de este Consejo y de sus expertos y, a fin de cuentas, de todo el sistema de las Naciones Unidas.

Ningún país posee un historial perfecto en materia de derechos humanos, pero todos reconocen que sus pueblos son titulares de derechos, que el gobierno debe sostener y proteger. 

Estoy convencida de que los Estados pueden satisfacer estas expectativas y mantendré mi estrecho compromiso con los Estados Miembros, a fin de comprender sus enfoques y contextos, y ayudarles a cumplir con sus responsabilidades.

Allí donde los dirigentes muestren la clarividencia necesaria para comprender las ventajas de las políticas basadas en los derechos humanos y dispongan de la voluntad política para promoverlas, trabajaremos con ahínco para aportarles asistencia práctica. Nuestros programas de cooperación técnica y orientación política, que se apoyan en el seguimiento y el análisis cuidadosos de la situación de derechos humanos, tendrán repercusiones considerables en ese ámbito. 

Bien sé que en el contexto político actual no siempre existe la voluntad necesaria. En algunos países se está retrocediendo en aspectos importantes de derechos humanos, por ejemplo, en lo relativo a los derechos de la mujer, las minorías o los pueblos indígenas. 

Otros Estados son reacios a tomar medidas en asuntos tales como el cambio climático, en el cual las iniciativas de hoy podrían preservar el futuro de las generaciones venideras. Esta renuencia nos perjudica a todos. 

Al igual que ustedes, he visto en las últimas semanas las manifestaciones de niños en pro del medio ambiente y en reclamo de otras medidas. En mi condición de madre, abuela y, simplemente, de ser humano, esas marchas me inspiran una férrea determinación de proseguir nuestra lucha en defensa de sus derechos.

No podemos rendirnos al derrotismo y contemplar pasivamente cómo se derrumban las estructuras que mantienen la paz, la seguridad y el desarrollo. 

Disponemos de esa oportunidad. Esta generación de dirigentes mundiales tiene la capacidad de garantizar un bienestar mucho mayor a sus pueblos. Y las herramientas están ahí.  

En medio de las turbulencias actuales, en esta tormenta inédita de vientos huracanados y mar arbolada, el liderazgo imprudente puede empujar a cualquier país hacia la catástrofe. 

O podemos usar nuestros principios fundamentales para guiar las naves hacia la seguridad que proporcionan las aguas más serenas.

Cada día debemos afrontar múltiples problemas en todo el planeta. En los últimos tiempos, las miradas del mundo se han centrado en Venezuela. Ayer mismo, mi Oficina emitió una declaración relativa a la situación de ese país: tenemos la esperanza de que cese la violencia y que el respeto de los derechos humanos forme parte de la solución.

Excelencias:

Este Consejo, los Órganos de Tratados y mi Oficina, con sus 72 unidades repartidas por todas las regiones del mundo, han sido honrados con el mandato de defender los derechos humanos. 

Quiero hacer hincapié en la admiración que siento por el historial del Consejo en materia de alerta temprana y en el nombramiento de expertos que proporcionan orientaciones pormenorizadas. Los Procedimientos Especiales y el Examen Periódico Universal se han convertido en herramientas indispensables de derechos humanos. Ahora, es preciso establecer no solo sistemas de alerta previa, sino también métodos de acción temprana que permitan prevenir los conflictos y las vulneraciones de derechos humanos. 

Aprovecho también esta oportunidad para insistir en la importancia de los Órganos de Tratados, cuyas recomendaciones suelen ser de enorme pertinencia. Conscientes de la necesidad de no abrumar a los Estados con recomendaciones múltiples y redundantes, seguiremos trabajando con el fin de ayudar a que los responsables políticos puedan elaborar sus propias medidas de respuesta. 

La labor de mi Oficina se basa en los principios de imparcialidad, independencia e integridad que rigen en las Naciones Unidas y creo que esas normas constituyen una plataforma esencial para el bienestar y la libertad de mujeres y hombres en el mundo entero. 

Seguiremos colaborando con los Estados y forjando alianzas con organismos de las Naciones Unidas, entidades de ámbito regional y mundial, empresas y otros interesados. Haremos cuanto esté a nuestro alcance para fortalecer todas las instituciones internacionales de derechos humanos, en un espíritu de propósitos comunes y acciones concertadas.

Y seguiremos siendo portavoces de las necesidades y exigencias de la sociedad civil, con miras a hacer realidad los principios de dignidad, igualdad y justicia.

Muchas gracias.