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Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Discurso inaugural de la Sra. Kate Gilmore, Alta Comisionada Adjunta de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en la mesa redonda de debates de alto nivel sobre la aplicación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre educación y formación en materia de derechos humanos: prácticas idóneas y desafíos.

Educación en materia de derechos humanos

14 septiembre 2016

14 de septiembre de 2016

Excelencias, colegas y amigos:

Este Consejo, por su índole misma, debate sobre las crisis de derechos humanos y los problemas crónicos del mundo –de la pobreza a los conflictos, la discriminación y la exclusión, las enfermedades prevenibles, el encarcelamiento ilícito, las repercusiones del cambio climático y otros-. Cada día nos vemos confrontados a nuevos casos de odio hacia el prójimo y de recurso raudo a la violencia; y la respuesta política que solemos ver es la aplicación de más violencia y terror, que generan aún más terror y violencia, en una espiral que en muchos lugares parece hundirse en una barbarie contemporánea.

Las estrategias para abordar los problemas mundiales no pueden limitarse a las que se originan en la cólera o el deseo de venganza, y tampoco en la reacción instantánea propia de los ciclos electorales cortos, por más que esta realpolitik sea convincente. En su lugar, la sabiduría de la política de Estado digna de ese nombre consiste a menudo en reconocer que los objetivos estratégicos más lejanos deben estructurar las tácticas políticas inmediatas del gobierno y que muchos otros instrumentos políticos ofrecen soluciones más justas y duraderas que las del “ojo por ojo y diente por diente”.

Sin embargo, para que esta sabiduría pueda prevalecer sobre los intereses de corto plazo, son de suma importancia los valores medulares, tanto de los líderes como de la ciudadanía.  Si nuestras decisiones, las opciones que asumimos, se basan en una comprensión común de que todos pertenecemos a la misma familia humana y que cada uno de nosotros merece por igual dignidad, respeto y justicia, entonces un abanico más nutrido de opciones políticas se abre ante nuestros ojos, más allá de las que se derivan del predominio del poder sobre el derecho.

La trasmisión de estos valores esenciales y universales -y el examen de las consecuencias que pueden tener para nuestra vida cotidiana, tanto si ejercemos poderes formales como si no- componen el cometido de la educación en materia de derechos humanos (HRE, por sus siglas en inglés).

Dentro de pocos minutos, Premalatha, una niña de la etnia dalit procedente de una aldea de la región de Tamil Nadu donde la pobreza y la discriminación basada en la casta y el género condicionan la vida de los niños desde su nacimiento, compartirá con nosotros su experiencia sobre el tema. Gracias a un programa de educación en materia de derechos humanos aplicado en su escuela, Premalatha aprendió racionalmente las verdades que ya intuía en su corazón –que ella era igual a cualquier otro ser humano, que la comunidad internacional ha codificado este principio en un código de derechos- y esta confirmación de su valor inherente le dio fuerza y confianza en el porvenir. Aunque su circunstancia material no haya cambiado, Premalatha se ha transformado y ya no es una víctima, sino una defensora de derechos humanos, dispuesta a luchar por sus derechos y los de otras personas.  

En eso consiste el extraordinario poder de la conciencia en materia de derechos humanos y la educación es el catalizador de esa transformación. Mediante una combinación de descubrimiento de sí mismo, lógica, datos empíricos, pruebas y verdades tradicionales, niños y adultos acceden a la conciencia de sus derechos inherentes y de los derechos de los demás y los reivindican con más eficacia y los defienden más exhaustivamente; para disponer de opciones más numerosas y más libres; para desarrollar las aptitudes y actitudes que desean; para solucionar conflictos sin usar la violencia y para contribuir de manera eficaz a la formación, renovación y sostenibilidad de sus comunidades.  La HRE apoya el pensamiento crítico y analítico allí donde, en ausencia de educación, predominaría la pasividad, y fomenta la búsqueda de soluciones integradoras basadas en la tolerancia y en las leyes, y viables para todos. Además, ayuda a que los titulares de deberes en materia de derechos humanos, los responsables de proteger y hacer realidad esos derechos, cumplan con sus obligaciones.

Pero la HRE no es únicamente una asignatura de un plan de estudios. Porque toca las fibras más íntimas de la persona -¿quién soy?, ¿sobre qué fundamentos debo decidir mis actos cotidianos? ¿qué voces debo escuchar?- y porque este empoderamiento mediante la educación en derechos humanos es algo más que un mero contenido, el proceso pedagógico también debe ser pertinente para la vida cotidiana y las vivencias de los alumnos. Para que un programa de HRE sea eficaz, su metodología debe recabar la participación de los estudiantes, mediante métodos de aprendizaje participativos, debe involucrarlos en un diálogo sobre el sentido y el propósito de la vida humana, sobre cómo las normas de derechos humanos pueden hacerse realidad.  

Excelencias:

La mesa redonda de debates que celebraremos hoy marca el quinto aniversario de la aprobación por la Asamblea General de la Declaración de las Naciones Unidas sobre educación y formación en materia de derechos humanos. Esta declaración sitúa a la educación y formación en derechos humanos como el eje central de nuestro gran proyecto de hacer realidad todos los derechos para todos.

La declaración hace hincapié en las obligaciones de los Estados, con arreglo al derecho internacional de los derechos humanos, de proporcionar y facilitar la educación y formación en derechos humanos y la importante función que desempeñan otros agentes nacionales, tales como las instituciones nacionales de derechos humanos y las organizaciones de la sociedad civil. La declaración pone de relieve el valor de las iniciativas de participantes múltiples y la necesidad de apoyar los esfuerzos nacionales mediante los mecanismos internacionales de derechos humanos y la cooperación internacional en general.  

La aprobación de la declaración, en 2011, formó parte de un proceso normativo que había comenzado con la Declaración Universal de Derechos Humanos, que de manera explícita encarga a cada persona e institución la tarea de promover el respeto a los derechos humanos mediante la enseñanza y la educación. Desde entonces, las cláusulas relativas a la educación en derechos humanos se han incorporado a numerosos instrumentos internacionales.

Los Estados Miembros también han adoptado numerosos marcos internacionales de acción, tales como el Decenio de las Naciones Unidas para la educación en la esfera de los derechos humanos (1995-2004) y el Programa Mundial para la Educación en Derechos Humanos, vigente en la actualidad. La HRE también forma parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en cuanto meta específica dentro del Objetivo 4 relativo a la educación de calidad.

De modo que, a escala internacional, hemos presenciado el comienzo de múltiples iniciativas orientadas a estimular la educación y formación en materia de derechos humanos. Pero todos estos instrumentos y compromisos son de escaso valor si no son capaces de inspirar acciones reales en los planos nacional y local, donde es preciso que la educación y formación en derechos humanos acontezca de manera permanente.

La buena nueva es que eso está ocurriendo. En un informe publicado recientemente por mi oficina en el contexto del Programa Mundial (A/HRC/30/24), se señalaba que, en determinados países, las instituciones desarrollan cada vez más programas de educación en derechos humanos, con mejores instrumentos y metodologías, y con un aumento de la colaboración de los departamentos gubernamentales, las universidades, las instituciones nacionales de derechos humanos y las ONG. 

Esta mesa redonda tratará de garantizar que las mejoras continúan. Permítanme proponerles cinco ideas centrales para su examen y debate, esta tarde y en días sucesivos. 

Primero, la educación en derechos humanos debería ser contextualizada – debería abordar las realidad y los problemas específicos de derechos humanos que la gente afronta en la vida cotidiana.

Segundo, la HRE debe combinarse con estrategias de derechos humanos de más amplio espectro, que aborden los problemas de manera integral y que incluyan otros cursos de actuación, por ejemplo, la reforma institucional. La HRE es fundamental, pero insuficiente.

Tercero, la HRE necesita de la colaboración de todos los agentes, en todos los ámbitos –local, nacional, regional e internacional-. Nuestros panelistas explicarán algunas iniciativas conjuntas de escala nacional, que podrían servir de inspiración a otros países. Espero que en esta mesa redonda se examine también el fortalecimiento de la función que desempeñan los mecanismos y las instituciones internacionales de derechos humanos en apoyo de los esfuerzos nacionales.

Cuarto, un sistema perfeccionado de seguimiento y presentación de informes a escala internacional en el ámbito de la HRE podría alentar la aplicación internacional mediante la difusión de prácticas idóneas y el asesoramiento de expertos. La Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible ofrece una oportunidad adicional para lograrlo.  

Lo último, aunque no lo menos importante, es una idea vinculada a las observaciones que formulé al inicio de este discurso: la educación en derechos humanos fomenta nuestra humanidad común, más allá de nuestra diversidad individual. No se trata de un “extra facultativo” ni de cualquier otra obligación rutinaria. La HRE nos imparte lecciones fundamentales.  

Yo no tengo que caerles bien para que ustedes respeten mis derechos. Yo no tengo que estar de acuerdo con ustedes para defender los suyos. Ustedes no tienen que parecerse a mí para que yo proteja sus derechos. Los derechos no constituyen un sistema de avales o gratitudes; no son un premio ni la nota de un examen, ni un concurso de belleza. Los derechos son para el mejor de nosotros y para el peor. Para cada uno de nosotros, sin exceptuar a nadie, en el interés de todos nosotros.   

En resumen, la educación en materia de derechos humanos es esencial para mantener la cohesión social, fomentar la inclusión y la participación, y, a fin de cuentas, prevenir la violencia y los conflictos en nuestras sociedades. Es una inversión en nuestro futuro y no podemos permitirnos el lujo de pasarla por alto.

Hoy hemos recibido de regalo la generación más numerosa de niños adolescentes del mundo, la mayor jamás conocida en la historia de la humanidad. Es la generación del desarrollo sostenible. De su trayectoria en los próximos 15 años dependerá que el progreso humano aumente o disminuya. Sería en verdad prudente que prestásemos atención a las palabras del incomparable Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar el mundo”. Ha llegado, pues, el momento de dotarnos de la mejor de las armas, los currículum vitae que nos recuerdan que, en realidad, todos nacemos iguales en derechos y en dignidad.

Muchas gracias.

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