Garantizar la seguridad de las mujeres y niñas en Kenia durante la COVID-19
02 febrero 2021
Beatrice Karore saluda desde el asentamiento informal conocido como Mathare situado en Nairobi, la capital de Kenia. Beatrice es una movilizadora de la comunidad y fundadora de Wanawake Mashinani (grupos comunitarios de mujeres) Initiative, con sede también en Nairobi. Ella trabaja con mujeres y niñas víctimas de abusos y, con anterioridad a la pandemia de COVID-19, ella misma fue también víctima de brutalidad policial.
En mayo de 2020, se solicitó a Karore que acudiera a ayudar a una comunidad que estaba siendo desalojada de manera ilegal en Kariobangi, un conjunto de residencias de bajos ingresos en el noreste de Nairobi. La mayoría de los desalojados eran mujeres, niños, ancianos y desempleados y jóvenes con dificultades. Todos necesitaban alimentos, alojamiento y ropas.
«Los desalojos en Kenia son brutales. Dejan a personas aferradas a una mínima esperanza cuando todas sus posesiones quedan destruidas,» Karore explica. Vi a personas que fueron en auxilio de otras personas que no conocían para dar su apoyo a familias. También observé avaricia en propietarios que veían oportunidades para la explotación.
Ella recuerda cómo conoció a personas que se acercaron para dar su apoyo a defensoras en primera línea de los derechos humanos como ella misma. «Un hombro donde apoyarse y buscar consuelo es importante para el bienestar de las personas que se encuentran en primera línea,» afirma. «La pandemia saca a relucir lo mejor y peor de las personas pero también me hizo darme cuenta de que si todos aportamos algo positivo en nuestra esfera de influencia, los resultados pueden ser enormes.»
Karore trabaja con otras mujeres. Para ella, es importante que se apoyen unas a otras y que trabajen juntas. No obstante, destaca, existen riesgos aparejados.
«Cuando un miembro sufre amenazas, todos corremos peligro. Recibí una citación a una comisaría de policía sin que me dijeran la razón. Consulté a mis compañeros y me aconsejaron encarecidamente que no fuera sola,» recuerda.
Karore quedó con dos abogados, uno procedente de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia y otro del Colegio de Abogados de Kenia, y fueron juntos a la comisaría de policía en un día distinto al que ella había sido citada. La reunión estuvo plagada de amenazas subyacentes, y en un momento dado uno de los abogados fue separado de Karore tras ser acusado de interferir con la labor de la policía.
«Afortunadamente, habíamos tomado precauciones y contábamos con un equipo entero a la espera de nuestras noticias. Una vez las cosas empezaron a ponerse feas, el Director Ejecutivo de la Comisión de Derechos Humanos de Kenia fue informado y llegó a la comisaría de policía en los diez minutos prometidos,» señala.
«Hubo un cambio de actitud y su justificación cambió a que habían formado un comité para investigar amenazas dirigidas a mi compañera de armas, Ruth Mumbi, por lo que solamente querían mi declaración. ¡El patriarcado en su máxima expresión!» añade Karore.
«Lo más gracioso en su significado más tenebroso fue que el agente a cargo de la comisaría se acordó de haber lanzado gases lacrimógenos al Director Ejecutivo durante una marcha solidaria por la revolución en Sudán celebrada en Nairobi. Los dos se hicieron amigos y cada vez que el Director Ejecutivo tuviera que acercarse a la comisaría de policía el agente a cargo le recibiría para ayudarle. Lección aprendida: un adversario en un momento dado puede convertirse en aliado en otro momento.»
Karore trabaja también con mujeres que han sobrevivido a violaciones, que han sufrido violencia doméstica y con niñas víctimas de abusos sexuales, ayudándolas a recibir tratamiento médico y denunciando estos ataques a la policía. Karore destaca que durante la pandemia de la COVID-19, estos casos han aumentado pero aun así muchas mujeres optan por solamente recibir tratamiento y no presentar denuncia.
«Al no haber suficientes hogares de acogida, estas mujeres y niñas han de volver a lugares inseguros. Esta realidad es complicada y dolorosa,» se lamenta. «Trabajando con estas mujeres, me he encontrado un grupo olvidado: mujeres seropositivas que necesitan de una dieta equilibrada para mantener su recuento de CD4. Nuestro grupo se encarga de darles alimentos y ayudarles a mantener la moral alta pero, aun así, varias de ellas caen en la depresión.»
La pandemia ha supuesto un período complicado para estas y otras mujeres y niñas con las que trabaja Karore. Previamente a la COVID-19, ella no había trabajado en el campo de la salud mental.
«La salud mental es importante y es necesario un mayor apoyo ya que el aislamiento continuado, el contacto humano limitado y el empeoramiento de la situación económica solamente agravarán esta situación. La COVID-19 conlleva desafíos para la protección de los derechos humanos al existir un aumento de las violaciones,» afirma Karore. «De cualquier modo, sigo haciendo todo lo que está en mis manos para educar, movilizar, elevar y dar dignidad a otras mujeres. ¡Viva!"
2 de febrero de 2021