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Delitos de lesa humanidad

Benjamin Orenstein, superviviente del Holocausto

01 febrero 2019

“Nuestro poblado estaba ocupado por los nazis y mi padre, que lucía orgulloso una hermosa barba, como la mayoría de los judíos, se sintió amenazado. Los soldados alemanes apresaban a los barbudos y los afeitaban con sus bayonetas. A veces, también les arrancaban pedazos de piel”, recordó Benjamin Orenstein, superviviente del Holocausto.

“Los soldados fotografiaban a sus víctimas y decían, ‘¡Oh, le enseñare esto a mi novia!’ Pero cuando mi hermana y yo vimos a mi padre al llegar a casa, rompimos a llorar”.

El Sr. Orenstein nació hace 93 años, en Annopol, en el suroeste de Polonia, y era el más joven de cinco hermanos de una devota familia judía. Según recuerda, el antisemitismo estuvo presente allí antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Tras el inicio de las hostilidades, el ejército alemán solo tardó diez días en vencer a Polonia.

Aquellos soldados regulares fueron pronto reemplazados por las SS, que instauraron un código de conducta para los judíos del pueblo: tenían que llevar brazaletes blancos con la estrella de David. La muerte era la sentencia que aguardaba a quienes se negasen.

La opresión era cada día mayor; primero los soldados profanaron la sinagoga del pueblo y quemaron todos sus libros sagrados. Al día siguiente, atraparon a dos notables y los ejecutaron en el puente del pueblo. “La tercera víctima fue mi primo, Jacob Orenstein, asesinado ante su esposa y sus dos hijos mientras trataba de proteger a su mujer de las insinuaciones de los soldados”, declaró el Sr. Orenstein.

En 1941, las SS habían transformado Annopol en un gueto al aire libre de un kilómetro de perímetro, del que prohibieron salir a los vecinos.

“No nos reconcentraron para que viviéramos allí, lo hicieron para que muriésemos. Como no moríamos lo suficientemente rápido [para las SS] en 1942 inventaron la ‘Solución Final’ ”.

Primero, sometieron a todos los habitantes del pueblo a trabajos forzados; a Orenstein lo enviaron a picar piedras en una cantera cercana. Después, los nazis trasladaron a la población a campamentos de trabajo. El padre del Sr. Orenstein fue el primero de su familia en ser detenido y deportado a Ieniszow; tenía 60 años.

“Mi hermano Haim era uno de los capataces de ese campo. Me preguntó si estaba listo para ocupar el lugar de mi padre. Le dije que sí”, declaró el Sr. Orenstein, que entonces tenía 15 años de edad. “No tenía ni idea de lo que era un campo de trabajo. Pero, ¿cómo podría haberme negado? Mi padre hubiese muerto en aquel campamento”.

Poco después, Orenstein se escapó. Declaró que hubo muchas evasiones en los campos de concentración nazis, pero que casi nadie sobrevivió. Quienes los encontraban en el bosque, durmiendo “a cielo abierto” los capturaban y los entregaban a los soldados de las SS a cambio de alguna recompensa: un litro de gasolina, un kilo de azúcar o media botella de vodka.

“Ese era el valor de una vida judía.”

Una marcha en la nieve hacía la muerte y la libertad

Poco después de que Orenstein regresara a su pueblo, su hermano Léon fue llevado al campo de trabajo de Janowska. Los judíos de Annopol vivían con una sentencia de muerte permanentemente suspendida sobre sus cabezas. Cuando llegaba el momento de la deportación, los comandantes tenían el derecho de vida o muerte en sus manos.

En octubre de 1942, Orenstein y sus tres hermanos fueron deportados al pueblo vecino, Rachow, y más tarde él fue trasladado a Budzyn, junto a uno solo de sus hermanos. Pocos meses después, volvieron a deportar a ese hermano a Rachow, donde fue ejecutado en 1943 junto al resto de los prisioneros. El Sr. Orenstein supo a posteriori que sus demás hermanos habían sido asesinados en el campo de exterminio de Belzec, tras haber caminado durante días. Murieron asfixiados por el gas en menos de 35 minutos. A finales de 1943, Benjamin Orenstein era el último superviviente de su familia.

 “Si hubiese estado sólo en esos campos de concentración, no habría sobrevivido. Cuando me torturaron, mis hermanos me cuidaron y me protegieron”, recordó. “Vi cómo ejecutaron a docenas de personas, entre ellas a los parientes de mi madre”.

“No sé cómo haceros sentir lo que era la vida en aquel momento”.

Hizo una pausa y continuó. “Es inimaginable”.

Tras llegar al campo de Ostrowiec en mayo de 1944, Orenstein fue deportado a Auschwitz el día 4 de agosto; allí le tatuaron el número de identificación B 4416 en el brazo izquierdo. Pocos días después, lo trasladaron al campamento satélite de Fürstengrube donde fue forzado a trabajar junto a otros deportados en las antiguas minas de carbón.

En enero de 1945, las SS escoltaron a los prisioneros hasta Dora, el último campamento en el que Orenstein estuvo recluido. Caminaron exhaustos durante 10 días, entre la nieve y el hielo. “En las cunetas del camino había miles de cadáveres”, recordó.

El 11 de abril de 1945, el ejército estadounidense liberó el campamento de Dora. Orenstein sufría de congelación severa y tenía una pierna infectada. La Cruz Roja lo condujo a Thionville (Francia) y tras haber establecido contacto con un primo suyo, se mudó a Lyon, donde reside desde 1951.

Benjamin Orenstein relató su historia el 28 de enero de 2019, en Ginebra, durante la ceremonia de conmemoración del Holocausto celebrada por las Naciones Unidas en su sede europea, el Palacio de las Naciones.

Hace 70 años, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, la Declaración Universal de Derechos Humanos marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad.

Se convirtió en el primer documento aceptado de manera universal en el que se reconocía que “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”.

El Sr. Orenstein es uno de los últimos testigos de los campos de concentración nazis. A sus 93 años, perpetúa la memoria del Holocausto contando su historia por toda Francia a alumnos de primaria y secundaria.