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Declaraciones Múltiples mecanismos

Ceremonia inaugural del 34 periodo de sesiones del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra

Discurso inaugural ante el CDH

27 febrero 2017

Ceremonia inaugural del 34 periodo de sesiones del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra
Discurso del Sr. Zeid Ra'ad Al Hussein, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

27 de febrero de 2017

Excelencias,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Secretario General,
Presidente de la Asamblea General,
Presidente del Consejo de Derechos Humanos,
Distinguidos ministros, colegas y amigos:

Apenas a unos cientos de metros de donde ahora nos encontramos, la Sociedad de  Naciones fue disuelta, definitiva y oficialmente, el 8 de abril de 1946. Al margen de algunos resultados positivos, este organismo fracasó por las agresiones militares, la ausencia de los Estados Unidos de América y la retirada de Alemania, Italia, Japón y la Unión Soviética. Su manejo de la cuestión colonial se vio socavado desde el inicio por el rechazo del principio de no discriminación.

En respuesta, los autores de la Carta de las Naciones Unidas colocaron el principio de no discriminación en el segundo párrafo del preámbulo.

Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, juramos “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”. Este compromiso se formuló inmediatamente después de la resolución de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”, antes incluso que todas las frases consagradas a la paz y la seguridad, antes de cualquier inciso dedicado al desarrollo.

Creo que la comprensión de este punto es importante para nosotros. Los derechos humanos figuran en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, no como el último o el tercer pilar ni como un adorno retórico. Estaban allí y tuvieron precedencia; los redactores de la Carta consideraron que los derechos humanos eran la condición inicial y necesaria, porque el 26 de junio de 1945, el día que la Carta se firmó, apenas acababa de concluir una matanza de una escala hasta entonces desconocida para la humanidad, que dejó a numerosas ciudades del mundo entero reducidas a montones de escombros aún humeantes, como monumentos a la inmensa maldad y estupidez del ser humano.

Los delegados presentes comprendieron que sólo la aceptación de la primacía de los derechos humanos fundamentales haría posible todo lo demás –la paz duradera y los frutos del desarrollo-. Este es un concepto que todavía hoy –quizá especialmente hoy- han de asimilar muchos agentes políticos que consideran que los derechos humanos son simples restricciones enfadosas, así como otras personas que han disfrutado de esos derechos desde su nacimiento y simplemente no se dan cuenta de lo mucho que significan.

Cuando un Estado se adhiere a un tratado de derechos humanos, consagra esas obligaciones en su ordenamiento jurídico y constitucional, y las pone en práctica, quizá con el paso del tiempo el ciudadano promedio –el titular individual de esos derechos- termina dándolos por sentado. Son como el aire que respira. Uno no piensa miles de veces al día en la necesidad de inhalar oxígeno, aun cuando nuestra existencia misma depende de poder hacerlo, a cada momento. Sólo cuando cesa de pronto el suministro de aire su importancia se revela con agudo dramatismo.  

De modo análogo, sólo cuando desaparece el respeto a los derechos humanos, la persona afectada comprende con meridiana claridad su importancia decisiva para poder vivir una existencia digna y trascendente.

A los dirigentes políticos que hoy realizan campañas contra los derechos humanos universales o amenazan con retirar a sus países de los tratados regionales o internacionales y de las instituciones que los sostienen, vale la pena recordarles lo que el mundo ha logrado en estos siete decenios y lo que todos corremos el riesgo de perder, si sus amenazas logran dar al traste con esos derechos.  

Tras la creación de las Naciones Unidas, se negociaron y aprobaron novedosos tratados multilaterales basados en principios de derechos humanos: la cuarta Convención de Ginebra, la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados y los dos Pactos Internacionales que, junto con la Declaración Universal, forman la carta internacional de derechos humanos.

Los dos Pactos, junto con otros tratados básicos internacionales de derechos humanos y sus respectivos órganos de tratado, se elaboraron para proteger una amplia gama de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Para reforzar la prohibición de la tortura, la desaparición forzosa, la discriminación racial y la discriminación contra la mujer. Esos convenios defienden los derechos de los niños, de los trabajadores migrantes y de las personas con discapacidad. 

En la actualidad, esos tratados están reforzados por este Consejo, con sus expertos independientes y con el Examen Periódico Universal.

Mi Oficina, que colabora con las instituciones regionales y nacionales y la sociedad civil en todos los ámbitos, enlaza estos elementos en un sistema único – un punto de referencia excepcional, al que solemos referirnos como el marco normativo del derecho internacional de los derechos humanos, para la promoción y protección de los derechos humanos de todas las personas, en el mundo entero.

¿Pero qué significa esto realmente para la población mundial? ¿Qué importancia puede tener? A fin de cuentas, incluso antes de la Segunda Guerra Mundial se habían alcanzado progresos notables en numerosos países: la abolición de la esclavitud, la ampliación del sufragio universal y los derechos de los trabajadores; la supresión de la pena capital y la limitación de la crueldad en la conducción de la guerra.

Y, sin embargo, la Segunda Guerra Mundial lo destruyó todo –o casi. Porque la llama del progreso no llegó a extinguirse y volvió a crecer en las siete décadas posteriores a la guerra y su impulso fue aún mayor. Se puso fin al colonialismo y se suprimieron la segregación y el apartheid. Se redujo el número de regímenes dictatoriales y se ratificaron los derechos de la prensa libre e independiente. Se fortaleció la protección social. Pasaron a primer plano los derechos de las mujeres, de los niños, de los pueblos indígenas, del colectivo LGBTI y muchos otros, todos decididos a librarse de la discriminación y la injusticia.

A medida que los medios de transporte acortaban las distancias y los trayectos, y las personas viajaban y se mezclaban en una escala nunca antes vista, un hecho resultaba evidente: la humanidad es indivisible.

Sin un compromiso con los derechos humanos fundamentales, con la dignidad y el valor del ser humano, y con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, y entre naciones grandes y pequeñas, el caos, el sufrimiento y la guerra imperarían en nuestro mundo.

Lo más significativo de todos los grandes logros de posguerra es quizá esta confirmación de la universalidad de los derechos humanos en el marco del derecho internacional.  

Un número cada vez mayor de personas sabe ahora que la tortura está prohibida en todas las circunstancias. Que el arresto y la detención arbitraria, la denegación del debido proceso, la represión de la protesta pacífica y la libertad de expresión –comprendida la libertad de prensa- constituyen violaciones de derechos humanos. Saben que tienen derecho al desarrollo, a la alimentación, el agua, la salud, la vivienda y la educación adecuadas, y a mucho más. 

Ahora, la gente sabe. Conocen “la dignidad y el valor de cada ser humano”.

Las manifestaciones sin precedentes del pasado 21 de enero no fueron, en mi opinión, dirigidas contra un individuo o un gobierno en particular –aunque muchos lo consideren así. Creo que esas manifestaciones reivindicaban los derechos humanos de las mujeres, para todos nosotros, en pro de una humanidad más justa e integradora. Me sentí orgulloso de que los miembros del personal del ACNUDH participaran en las marchas. Debemos defender los derechos humanos. Cuando los seres humanos comprenden plenamente que son titulares de derechos, es casi imposible lograr que desaprendan la lección.  

Para los agentes políticos que, como en los días de la Sociedad de Naciones, amenazan al sistema multilateral o pretenden retirarse de algunos de sus órganos, las sirenas de la experiencia histórica deberían resonar con nitidez. No nos vamos a cruzar de brazos. Tenemos mucho que perder, de modo que tenemos mucho que proteger. Y nuestros derechos, los derechos de los demás, el futuro mismo de nuestro planeta, no deben ser malogrados por estos irresponsables especuladores de la política.

Les pido que defiendan los derechos de todos y que nos apoyen en nuestra tarea.

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Si desea ver la transmisión por Internet de este discurso, visite: https://www.facebook.com/unitednationshumanrights/videos/1679652105384923/