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Discurso del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el Sr. Zeid Ra'ad Al Hussein, en la mesa redonda que debatió la posibilidad de usar el deporte y los ideales olímpicos para promover los derechos humanos para todos, incluso las personas con discapacidad.

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29 junio 2016

Ginebra, 28 de junio de 2016

Excelencias,
Colegas y amigos:

Hace unas pocas semanas, las expresiones  de emoción popular que siguieron a la muerte de Mohamed Ali nos hicieron recordar la extraordinaria repercusión que puede tener el deporte. Pocas actividades pueden atribuirse la capacidad de llevar alegría e inspiración a tantas personas o a grupos de población tan diversos. Hoy, tenemos el privilegio de contar en el podio con dos atletas que, estoy seguro, han sido testigos de esa facultad.

El deporte puede ser una fuerza tremenda en pro de la igualdad y la diversidad. También contribuye a poner a prueba algunos aspectos éticos, tales como la responsabilidad de actuar en equipo, el cumplimiento de las reglas de la competición y el juego limpio que mantiene el acceso real y equitativo para todos.

Juego limpio, igualdad, exaltación de nuestra humanidad compartida y admiración ante la tremenda capacidad de los atletas, que logran superar los límites aparentes del cuerpo humano -esos valores se articulan instintivamente con nuestros mensajes en materia de derechos humanos-. Tal como señala el informe del Comité Asesor, el deporte puede ser “un medio de promover la igualdad de oportunidades en lo tocante a la educación, la salud, la equidad de género y la condición étnica, y de proteger, entre otros, los derechos de las personas con discapacidad y el medio ambiente”.

Al comienzo de un verano que promete ser rico en eventos deportivos y con la Eurocopa de Fútbol 2016 ya en liza, esta mesa redonda ofrece una buena oportunidad de examinar de qué forma podemos usar el atractivo casi universal del deporte para potenciar nuestros mensajes de derechos humanos y llegar a millones de aficionados.

Excelencias:

Es posible mejorar nuestras competiciones deportivas para que lleguen a ser todo lo buenas que pueden ser.

Deportistas estelares como Jesse Owens, Jérôme Boateng, Serena Williams, Zinedine Zidane, Martina Navratilova o Yao Ming, por solo mencionar a unos pocos, han ejercido una enorme repercusión positiva en la lucha por la igualdad racial o de género. Son numerosos los equipos nacionales del campeonato europeo de fútbol que alinean a jugadores –como David Alaba, de Austria- cuyas raíces abarcan al mundo entero. En un continente sacudido por el miedo al extranjero, el éxito de estos deportistas es un argumento en pro de la integración más elocuente que muchas conferencias y despeja una senda que podrán seguir muchos niños y adolescentes.

Pero, a pesar de estos logros notables, aún no se ha hecho lo suficiente para rechazar la discriminación y la intolerancia, que todavía son demasiado comunes en el deporte. Atletas, árbitros y espectadores son víctimas de abusos y agresiones racistas u homófobas –a veces mediante ataques no sólo violentos sino también reiterados-, desde los equipos escolares hasta las ligas profesionales. Con demasiada frecuencia las sanciones son puramente simbólicas. El vandalismo y la conducta irrespetuosa todavía son habituales en el fútbol, como por desgracia hemos podido comprobar en las últimas semanas. Las mujeres deportistas también se enfrentan a actitudes y comentarios despectivos y sexistas en el mundo entero y, todavía hoy, en algunos países a las niñas y las mujeres se les prohíbe realizar actividades deportivas.      

La discriminación priva a los atletas y aficionados de dignidad, oportunidades, opciones y derechos. Daña al deporte, al marginar las competencias y los talentos, y daña a los espectadores y a la sociedad en general, porque lleva implícita la idea de que el prejuicio y la injusticia son aceptables. Es imprescindible que eliminemos el racismo, la homofobia y la discriminación contra las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad y, como el deporte tiene una repercusión tan potente en la imaginación de los seres humanos, los progresos que alcancemos dentro y fuera del campo pueden tener efectos enormes, de mucho mayor alcance.

Numerosas partes interesadas en las federaciones internacionales y regionales, clubes y asociaciones juveniles han comprendido que es preciso tomar medidas. Mi oficina se ha comprometido con las autoridades deportivas rusas a garantizar que las medidas políticas apropiadas serán parte integral de los preparativos de la Copa del Mundo de fútbol de 2018 que tendrá lugar en Rusia. Los aficionados deberán desempeñar una función indispensable en la consecución de este objetivo. Estamos coordinando esfuerzos con la FIFA y esperamos que esta labor pueda ampliarse a otras modalidades deportivas.

Todos los gobiernos deben cumplir sus obligaciones de poner en vigor una legislación y unas políticas de amplio espectro que prevengan, prohíban y combatan toda forma de discriminación, sin excepción alguna. También exhorto a que se investiguen y se lleven ante los tribunales los incidentes de acoso, violencia y discriminación perpetrados por aficionados, funcionarios y clubes.

Aplaudo la reciente incorporación a la Carta Olímpica de la prohibición de discriminar a los atletas por motivos de orientación sexual. Necesitamos muchas iniciativas más para combatir la homofobia en el deporte y mediante el deporte, en el mundo entero.

Las personas con discapacidad suelen encontrar obstáculos considerables a su participación en el deporte. Con nosotros hoy hay dos atletas paralímpicos que se han ganado nuestra admiración al vencer esos retos con fuerza y elegancia. Pero, a pesar del enorme éxito de los Juegos Paralímpicos, que han hecho posible que toda la sociedad celebre los logros de estos atletas, las organizaciones deportivas suelen negar su autorización para que las personas con discapacidad se entrenen o participen en competiciones deportivas y en actividades deportivas de recreación. Las mujeres con discapacidad afrontan una doble discriminación y, en consecuencia, el 93% de ellas no participan en ninguna actividad deportiva.

En virtud de la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, los gobiernos se comprometieron a velar por que todas las personas, en particular los niños, tengan acceso a actividades deportivas y que las personas con discapacidad puedan acceder a las instalaciones deportivas y a los servicios que prestan quienes organizan actividades deportivas. Es hora de que esos compromisos se cumplan.

Insto también a las autoridades de todos los niveles a que redoblen los esfuerzos con miras a promover la igualdad y el principio de no discriminación en el deporte, en particular mediante programas educativos, de modo que niños y adultos aprendan a valorar y respetar la diversidad humana.

En este contexto, quisiera plantear otro asunto de importancia. Con frecuencia los grandes eventos deportivos se han visto asociados a graves violaciones de las normas internacionales en materia de trabajo y derechos humanos, con lo que se han convertido en torpes ejemplos de los peores instintos humanos, expuestos junto con los mejores. Entre los temas recurrentes de preocupación figuran los desahucios forzados; la explotación y las muertes de obreros de la construcción, comprendidos los obreros migrantes; el trabajo clandestino; las restricciones del derecho a protestar; la malversación de fondos públicos; y la explotación sexual de seres humanos, incluso de los niños, en el contexto de la llegada de un gran número de espectadores.     

Debemos revertir esta situación. Los principales eventos deportivos pueden llegar a ser polos de excelencia en materia de derechos humanos, que inspiren a las personas a comportarse mejor en todos los ámbitos de la vida social. El informe que encargó la FIFA al ex Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas, el Sr. John Ruggie, sobre cómo aplicar los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre las empresas y los derechos humanos en relación con las actividades y operaciones de la FIFA, contiene ejemplos y recomendaciones que merecen muy amplia difusión.

Los Estados tienen el deber de proteger los derechos humanos y las asociaciones deportivas y otros agentes tienen la responsabilidad de respetar esos derechos. Deben velar por que los derechos humanos no sufran menoscabo a causa de sus actividades y deben tratar adecuadamente cualquier menoscabo que ocurriese. El ACNUDH ha colaborado con otros interesados principales a fin de elaborar mejores métodos de prevenir, atenuar y remediar las violaciones de las normas laborales y los derechos humanos asociadas con los grandes eventos deportivos, desde las rondas de licitación hasta los últimos efectos posteriores.

Excelencias:

Todos nosotros reconocemos que los eventos deportivos deben exaltar la alegría del potencial humano y no generar abusos o alimentar el odio sobre la base de conceptos estrechos de “nosotros” contra “ellos”. Este año, diez atletas competirán en las Olimpiadas como integrantes de un equipo de refugiados –primera vez que personas de tantos países diferentes se congregan en los Juegos Olímpicos para superar las barreras nacionales y crear un equipo cuya base es la experiencia común del sufrimiento-. Yo aplaudiré su capacidad de resistencia y su entereza. Y espero que su participación inspire una nueva comprensión, tanto entre los espectadores como entre los funcionarios, de los derechos de millones de personas que están atrapadas por las crisis en el mundo entero, en lugares donde no se compite por medallas ni por la gloria, sino por el derecho a la vida, la seguridad y la dignidad.

Muchas gracias.

Cómo puede contribuir el deporte a la excelencia en materia de derechos humanos
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