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Declaraciones y discursos Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

La Declaración Universal de Derechos Humanos servirá de guía para encontrar soluciones a desafíos globales, asegura Türk

26 octubre 2023

Pronunciado por

Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En

Los Derechos Humanos en Tiempos Difíciles La Declaración Universal de Derechos Humanos a los 75 años - avances conseguidos, desafíos actuales, y derechos humanos en la esfera digital Universidad de Estocolmo

Lugar

Suecia

OBSERVACIONES PREPARADAS

Estimados amigos y amigas,
Estoy encantado de poder estar con ustedes en esta prestigiosa institución a la vez que conmemoramos el 75º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Un documento extraordinario (el más traducido de la historia), que ha servido como brújula de un valor inestimable en nuestro camino colectivo hacia un mundo más pacífico, libre, equitativo y justo.

No obstante, hoy en día, cuando tenemos que lidiar con las crisis globales que confluyen alrededor nuestro, y que se acompañan de tensiones políticas dentro y entre Estados, la búsqueda de soluciones eficaces puede parecer a menudo algo esquiva, hasta el punto de parecer que carecemos completamente de ellas.

Por supuesto, tenemos muy presente la terrible e injustificada violencia de los ataques efectuados contra civiles israelíes lanzados desde Gaza el 7 de octubre, que incluyeron la toma de más de 200 rehenes, muchos de los cuales son niños. Posteriormente, los bombardeos masivos de Gaza por parte de Israel, los cuales han acabado con la vida y dejado heridas a miles de personas, además de los daños causados al hospital de mayor tamaño de Gaza, todo ello en medio de un bloqueo que ha cortado el suministro de electricidad, agua, alimentos y combustible para toda la población de la Franja de Gaza. Otro ciclo de violencia y represalias, además del dolor humano intolerable que lo acompaña, se ha puesto en marcha en Oriente Medio.

Es más que evidente que las leyes de la guerra y la normativa de derechos humanos se aplican a todas las partes de este conflicto. No cabe excepción alguna a esta condición.

En última instancia, los israelíes y palestinos son la única esperanza que tienen unos para los otros de lograr una paz duradera, y para ello tienen que ser capaces de vivir juntos, respetando los derechos del otro. Los líderes políticos actuales han de romper los círculos viciosos de la violencia, el suplicio y la venganza, y sustituirlos por una visión de coexistencia pacífica.

Necesitamos aprender a vivir juntos, con dignidad y respeto. Debemos evitar este aumento de las hostilidades, polarización y divisiones que nos separan.

Tenemos que empezar a tejer un entramado social que sea resiliente y cordial para todo el mundo; un entramado lleno de colorido y diversidad que nos mantenga unidos, y que nos permita compartir de un modo más justo, a la vez que cuidar, este planeta frágil y hermoso, así como unos de los otros.

En el pasado ya habíamos conseguido llevar a cabo un cambio de esta magnitud, en un momento cuya oscuridad e incertidumbre tiene mucho eco en la actualidad, a mi parecer.

Hace setenta y cinco años, dos brutales guerras mundiales se habían librado en un período de 20 años. El mundo había experimentado los horrores del genocidio, la creación de la bomba nuclear, así como la ruina económica y el desplazamiento de millones de refugiados y refugiadas. Un escenario sombrío de pérdida, miseria y devastación.

Y a pesar de esto, países procedentes de todas las regiones del mundo se reunieron para fundar las Naciones Unidas y establecer una declaración destinada a poner fin a estos ciclos viciosos de generación de terror, destrucción y pobreza, los cuales estos países se habían visto obligados a soportar.

Durante este proceso, los países aprovecharon nuestro saber y experiencias colectivas, extraídos de diferentes culturas y períodos históricos. Desde las tradiciones religiosas y filosóficas hasta las revoluciones americana y francesa, la revuelta de esclavos en Haití, el movimiento obrero, el feminismo, la lucha contra el imperialismo y la lucha contra el apartheid.

Y nos regalaron un mapa.

Un mapa que trazaba de manera clara, para esas mismas generaciones y para las futuras, una hoja de ruta que evitara las guerras.

Una hoja de ruta hacia la reconciliación tras las disputas y hacia la construcción de sociedades que fueran más justas, más equitativas, y, por lo tanto, más resilientes.

Un mapa cuidadosamente elaborado alrededor de una verdad sencilla a la vez que profunda: la existencia de nuestra humanidad compartida y del valor igual que tenemos todos y todas.

Que articula los derechos inherentes a cada uno de nosotros y nosotras.

El derecho a vivir sin ningún tipo de discriminación, detención arbitraria o tortura. Los derechos a la educación y a una alimentación adecuada; a asistencia sanitaria; a vivienda; a protecciones sociales, así como a condiciones laborales justas.

La libertad de expresión y de opinión. Libertad de asociación y de reunión pacífica. Libertad de religión o creencias. El derecho de asilo y el derecho a la nacionalidad. Y muchos otros más.

Desde su aprobación, la Declaración Universal ha desempeñado una función incomparable en la consecución de muchos de los avances que hemos ido contemplando estos años.

La eliminación de muchas de las estructuras que arraigaban la discriminación racial y de género; enormes progresos en salud y educación; y una exigencia en aumento a los gobiernos para que escuchen, informen, den respuestas y hagan partícipes a las personas en la toma de decisiones.

Muchos países recuperaron su independencia.

Y las personas recuperaron sus derechos de manera rotunda. Y lo que quizás sea lo más importante de todo, la Declaración Universal inspiró un activismo y una solidaridad vibrantes, imaginativos, y poderosos.

Y a su vez, este activismo ha proporcionado una gran parte del impulso de las iniciativas puestas en marcha para eliminar todas las formas de discriminación, incluyendo la que se ejerce contra las personas LGBTI+. Este activismo también abrió la puerta a un valioso acervo de tratados, leyes y otros instrumentos que forman nuestra estructura internacional de derechos humanos. Los jóvenes activistas, por ejemplo, supusieron una fuerza dinámica que impulsó el reconocimiento el año pasado del derecho a un medioambiente limpio, sano y sostenible.

Estoy convencido de que el ideal de los derechos humanos ha supuesto uno de los movimientos de ideas más estimulante y constructivo de la historia de la humanidad, y que por encima de todo, ha sido también uno de los más fructíferos.

Se trata de un ideal al que debemos volver en estos momentos de incertidumbre y turbulencias.

Los conflictos están en alza, habiendo alcanzado un récord absoluto desde 1945, y tal como demuestra de forma pavorosa la escalada de las hostilidades en Oriente Medio, apenas existe respeto por los derechos básicos de los civiles que se ven atrapados en ellos.

Las desigualdades están haciéndose más profundas, y como resultado la promesa de la Agenda 2023 para acabar con la extrema pobreza antes de que se acabara esta década se tambalea ahora, debido en parte a la espiral ascendente de los precios de los alimentos y los combustibles.

El racismo y la discriminación, en especial la dirigida contra mujeres y niñas, están de forma inquietante al alza. Al igual que lo están el antisemitismo y la islamofobia, de forma especial como resultado del conflicto que se ha desatado estas dos últimas semanas. También me parece totalmente inexplicable, además de ser un acto de desprecio y odio, la quema en público de un texto que millones de personas consideran sagrado.

Las nuevas tecnologías traen con ellas una cascada de riesgos en materia de derechos humanos, no siendo peor la desinformación y el dañino discurso de odio que prolifera en las plataformas de redes sociales.

Asimismo, cada vez en más países, las severas restricciones al espacio cívico debilitan las instituciones de justicia, los medios independientes, así como una participación significativa en la vida pública.

Todas estas tendencias alimentan la amenaza generalizada y cada vez más rápida de la triple crisis planetaria, la cual es sin lugar a dudas la amenaza más crucial para los derechos humanos a la que se enfrenta nuestra generación.

Además, estas tendencias se aprovechan de la ansiedad que provoca el futuro: un sentimiento perturbador de horizontes cada vez más reducidos.

Esta es una realidad especialmente veraz para todos los y las jóvenes. Estas tendencias desestabilizadoras van a repercutir con toda seguridad sobre vuestras aspiraciones personales, sobre vuestras carreras profesionales, y de hecho sobre toda la trayectoria que tomen vuestras vidas, al igual que la de las próximas generaciones.

Hoy me presento aquí para aseguraros que estas enormes dificultades aún están a tiempo de ser gestionadas y resueltassi todos los pueblos y todos los Estados, incluyendo a Suecia, pueden compartir la labor que supone construir una hoja de ruta hacia la búsqueda de soluciones.

El mapa que trazó para nosotros de forma tan clara la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Un mayor respeto por los derechos humanos ( todos los derechos humanos) es el único pilar para lograr un desarrollo más sostenible y una paz más duradera. Esta es una verdad sencilla, pero con un poder enorme.

Las sociedades que se basan en los derechos humanos están mejor equipadas para soportar las conmociones, ya se deriven estas de desastres naturales, conflictos, una pandemia o una recesión global.

Economías y sociedades que sean inclusivas, en las cuales se compartan de forma equitativa las oportunidades, los recursos y los servicios, y donde se pueda exigir responsabilidades a los gobiernos, donde se haga justicia, y donde existan oportunidades, comunicación entre las personas y esperanza.

Medios de comunicación libres e independientes, y los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica, contribuyen a adoptar decisiones mejores y más informadas. Estos derechos sirven también para asegurar que todos los miembros de la sociedad, incluyendo a los y las jóvenes, sientan que participan y que su opinión importa para conseguir el bien común.

De igual manera, ningún país podrá desarrollarse de verdad, económicamente o de otra manera, si muchas personas quedan excluidas de poder acceder a oportunidades. Los derechos a vivir sin discriminación, y a tener un acceso equitativo a recursos y oportunidades, benefician a todo el conjunto de la sociedad.

Estos valores, la convicción compartida de que todos los seres humanos son iguales en dignidad y en derechos, suponen el núcleo de las Naciones Unidas, actuando como el hilo que conecta todo nuestro trabajo, desde la prevención de conflictos hasta la consolidación de la paz, la ayuda humanitaria, el desarrollo, la buena gobernanza y mucho más.

Además, estos valores atemporales son perfectamente capaces de guiarnos sabiamente a través de realidades inexploradas según estas vayan apareciendo. Incluso como en el caso de la inteligencia artificial generativa, donde los rápidos avances que la caracterizan amenazan con ir por delante de nuestra capacidad para comprender en su totalidad las implicaciones que esta inteligencia tiene para nuestras vidas y nuestras sociedades. La IA ofrece oportunidades que nunca antes habíamos tenido, desde avances científicos y prestaciones sanitarias cada vez más veloces, hasta la transformación de la educación, el uso de previsiones estratégicas mejoradas a la hora de elaborar políticas, además de democratizar el acceso al conocimiento.

No obstante, todo este proceso lleva acompañado riesgos considerables, y ya estamos viendo como estos se están manifestando. La IA puede ser utilizada como un arma de manipulación y desinformación, generando desconfianza entre las personas y las instituciones y entre unas con otras. Puede hacer más fácil la vigilancia masiva, la censura y la elaboración de perfiles predominantes, todos los cuales son regalos que pueden aprovechar los regímenes autoritarios. Los sistemas denominados «predictivos» de elaboración de políticas y los sistemas judiciales automatizados desdibujan las líneas entre responsabilidad y rendición de cuentas, además de ser susceptibles a afianzar la discriminación y a ser usados erróneamente.

No podemos permitir que las compañías tecnológicas gestionen por sí solas esta urgente y grave laguna en materia de gobernanza. En su lugar, lo que necesitamos es un enfoque normativo que ayude a incorporar las innovaciones pero que a la vez establezca protecciones en torno a las mismas. Normativas que exijan una evaluación de los riesgos y repercusiones para los derechos humanos que conllevan los sistemas de IA antes, durante y después de su uso. Garantías de transparencia, una supervisión independiente y un acceso a remedios efectivos, de manera especial en aquellas situaciones cuando es el propio Estado el que está haciendo uso de las herramientas de inteligencia artificial.

Las tecnologías de IA que no puedan ser operadas en cumplimiento con la normativa internacional de derechos humanos deben ser prohibidas o puestas en suspensión hasta que se consigan implementar protecciones adecuadas.

Amigos,

El mes pasado, una encuesta a más de 36.000 personas de 30 países llevada a cabo por la Open Society Foundation concluyó que el 72% de los encuestados creían que los derechos humanos son «una fuerza sin límites temporales», y un porcentaje similar consideraba que estos principios reflejaban sus propios valores personales.

No obstante, la encuesta también mostró una desilusión generalizada por parte de los y las jóvenes respecto de la capacidad de la política democrática para resolver los problemas, y creo que este punto es esencial.

Para generar confianza en el Gobierno, es imprescindible que los Gobiernos demuestren su voluntad para proteger y defender los derechos humanos, además de para ofrecer soluciones justas y efectivas.

En el entorno cada vez más complejo y controvertido donde nos movemos, ¿cómo podemos acceder a estas soluciones?

En primer lugar, tenemos que superar las divisiones geopolíticas, a través de un lenguaje común y un sentido de objetivos compartidos. Un enfoque ideológicamente neutro, pero que comprometa los profundos valores compartidos de la humanidad.

En segundo lugar, las soluciones para los desafíos de todo tipo deben ser coherentes entre sí. Las medidas para impulsar el desarrollo sostenible también deben mitigar el cambio climático y abordar la discriminación sistemática. Si una línea de trabajo perjudica a otra, el resultado es una pérdida caótica de tiempo. Pero si por lo contrario una solución puede emplearse como base para diseñar otra, entonces estaremos consiguiendo avances.

En tercer lugar, las soluciones han de hacer partícipes a nuestros sentidos más profundos: la solidaridad y la empatía Hoy, las personas que menos tienen están siendo las más afectadas. En lo que se refiere al cambio climático, por ejemplo, los países y las empresas que han conducido a crear el problema deben contribuir de forma decisiva a enmendar estos errores. Y, en el caso de los refugiados y refugiadas (quienes se encuentran entre los grupos más vulnerables), todos los Estados deben estar a la altura de sus responsabilidades a la hora de proporcionar asilo, reconociendo que los países y comunidades con menos recursos son los que albergan a la amplia mayoría de personas que han de desplazarse por culpa de la persecución y el conflicto.

En cuarto lugar, encontrar soluciones eficaces también requerirá de las contribuciones plenas de todos los miembros de todas las sociedades. Una participación libre y significativa por parte de todos y todas es fundamental para conseguir cambios concretos. Hemos de sacar provecho de la creatividad, las habilidades y de los comentarios críticos de todas las personas, y de forma especial de aquellas personas que han sido marginadas. Los gobiernos deben suscribir un compromiso real dirigido a reducir las tensiones y divisiones que anidan dentro de la sociedad y que abren la posibilidad de excluir a muchas personas de participar en la vida pública. Esto incluye medidas acordadas para hacer frente al aumento del odio racial y religioso. Y en todos los aspectos del proceso de toma de decisiones, es vital que construyamos puentes entre personas, de forma particular entre las personas más afectadas, y las instituciones gubernamentales y las empresas.

Lo que necesitamos, en resumen, es la Declaración Universal.

Que viene a ser un recordatorio constante y poderoso de nuestra humanidad común.

Trabajemos juntos para asegurar que 2023 se recuerde como el punto de inflexión que renovó nuestro compromiso para solucionar las dificultades a través de los derechos humanos.

Volviendo a capturar el espíritu que condujo a la aprobación de la Declaración, y a proyectarlo con confianza hacia el futuro.

La Iniciativa Derechos Humanos 75 que dirige mi Oficina culminará con un evento de alto nivel a celebrarse el 11 y 12 de diciembre.

Animo al Gobierno sueco, junto a las empresas nacionales y a los grupos de la sociedad civil, a que se unan a nuestra iniciativa colectiva mediante compromisos relevantes y catalizadores en materia de medidas específicas de derechos humanos a fin de contribuir a introducir los cambios transformadores que necesitamos de forma tan urgente.

La relevancia de los derechos humanos es eterna.

Pero estas leyes y principios resultan especialmente fundamentales en tiempos de crisis, cuando el futuro produce ansiedad, reina la discordia y las opciones parecen cada vez menores. Es entonces cuando los valores fundamentales, y las lecciones de la historia, nos pueden volver a guiar con decisión por el rumbo correcto.

Gracias.