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Declaraciones Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Abordar los retos del cambio climático y la era digital: Ginebra Internacional

26 junio 2023

Pronunciado por

Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En

Inauguración de la Escuela de Verano de la Universidad de Ginebra: “La función internacional de Ginebra en periodos de crisis”

Lugar

Ginebra

Muchas gracias por la invitación a participar en este evento acerca de la importante función que Ginebra ha desempeñado como centro internacional y polo de atracción para gente dedicada a los asuntos humanitarios y los derechos humanos, comprendidos los derechos laborales y el derecho a la salud.

Ustedes tienen el privilegio de estudiar en una ciudad que prosperó al tiempo que ofrecía refugio a quienes huían de la persecución religiosa en el siglo XVII. El lugar donde, en 1864, Henry Dunant fundó la Cruz Roja y sentó las bases del concepto moderno de esta ciudad como paladín internacional de la labor humanitaria y los derechos humanos.

Además de las muchas organizaciones de las Naciones Unidas y los organismos humanitarios que tienen su sede aquí, Ginebra acoge múltiples iniciativas. Pienso particularmente en la innovadora Geneva Science and Diplomacy Anticipator, [Anticipación de Ciencia y Diplomacia de Ginebra], más conocida por las siglas GESDA.

Esta iniciativa aprovecha la tecnología punta más interesante de última generación para abordar aspectos fundamentales de la realidad y examinar el futuro. ¿Quiénes somos nosotros, los seres humanos, en un momento de tantos cambios impulsados por la bioingeniería y la inteligencia artificial? ¿Cómo podremos seguir conviviendo? ¿Cómo podemos usar la tecnología, no de manera competitiva, sino para garantizar el bienestar de la humanidad y un futuro sostenible para el planeta?
Podremos alcanzar un futuro mejor cuando hayamos entendido cabalmente los retos y las experiencias del pasado, y este es realmente el tema que deseo examinar hoy.

Porque, en mi condición de Alto Comisario para los Derechos Humanos, es un asunto al que soy muy sensible.

Mi Oficina tiene su sede en el histórico Palacio Wilson, en el barrio de Pâquis. Este lugar fue antaño la sede de la Liga de las Naciones, la primera organización intergubernamental del mundo, creada tras la Primera Guerra Mundial para mantener la paz en la esfera internacional.

Lamentablemente, la Liga de las Naciones no goza de buena reputación en nuestra época, pero al menos ha quedado como un ejemplo del valor de la perseverancia.

Aunque la Liga no cumplió con todas sus aspiraciones, -tras otra guerra mundial y el genecidio causado por el Holocausto-, las violaciones generalizadas de derechos humanos y los desplazamientos masivos de población, los Estados redoblaron sus esfuerzos, fundaron las Naciones Unidas y aprobaron la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Y junto a la Carta de las Naciones Unidas, esos líderes mundiales redactaron un documento breve y sencillo, que en 30 artículos resumió las lecciones aprendidas de la destrucción, los crímenes y el caos de la primera mitad del siglo XX. Esas 30 medidas marcaban los pasos que ayudarían al mundo a dejar atrás las turbulencias y avanzar hacia una era de mayor prosperidad, justicia y paz.

En eso consiste la Declaración Universal de Derechos Humanos, el documento más traducido de la historia y uno de los más poderosos.

Este año conmemoramos el 75º aniversario de ese visionario documento. A quienes no lo hayan leído todavía o lo hayan leído hace mucho tiempo, les recomiendo que lo hagan. Es un documento que merece más de una relectura.

Me refiero en particular a los estudiantes y jóvenes profesionales que inician ahora sus estudios de verano.

Cuando yo leí la Declaración por primera vez, tenía unos 15 años y el texto atrajo mi atención. Fue un documento que me sirvió de inspiración y que cimentó mi compromiso de toda la vida con los derechos humanos.

Los derechos humanos son un lenguaje común de la humanidad, una fuerza unificadora en cuyo centro late la dignidad humana y el deber concomitante de cuidar de los demás seres humanos, cualesquiera sean las circunstancias.

Creemos que este lenguaje de derechos humanos permite superar la división y la polarización que, por desgracia, han empezado a predominar en fechas recientes. Este lenguaje podría permitirnos hacer las paces con la naturaleza y con nuestro planeta, y marcar el camino del desarrollo sostenible para las futuras generaciones.

No olvidemos que los derechos humanos no son una invención de Occidente, como algunos quisieran creer. Esos derechos tienen raíces en múltiples tradiciones culturales, incluso en la revolución de Haití, y en gran parte fueron redactados como consecuencia del activismo de Estados Miembros que no eran occidentales.  

Permítanme referirme además a otro aniversario: la Declaración y el Programa de Acción de Viena, que desembocaron en la creación de mi Oficina, el ACNUDH, hace ahora 30 años. Tras la descolonización, tras la caída del régimen del apartheid, tras el final de la Guerra Fría, la Declaración y el Programa de Acción ratificaron la importancia fundamental y unificadora de los derechos humanos.

La Declaración de Viena nos recuerda que “todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes, y están relacionados entre sí”, y deben cumplirse “de manera justa y equitativa, en pie de igualdad y dándoles a todos el mismo peso… y los Estados tienen el deber, sean cuales fueren sus sistemas políticos, económicos y culturales, de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales”. 

Este enfoque exhaustivo de los derechos humanos -civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, el derecho al desarrollo y el derecho a un medio ambiente seguro, saludable y sostenible- se deriva de la sabiduría extraída de todas las culturas y de todos los continentes.

Y estoy convencido de que en estos derechos humanos universales hallamos el potencial para solucionar nuestros mayores desafíos.

Porque estos retos son múltiples -desde las amenazas a la paz y la seguridad a las que Ginebra Internacional se ha enfrentado en el pasado, hasta el aumento de las desigualdades, la reacción contra la igualdad de las minorías étnicas y raciales, los derechos humanos de las mujeres y muchachas y el colectivo LGBTIQ+-.

Hoy queremos centrar la atención en dos desafíos que sin duda están muy presentes en vuestro ánimo: el catastrófico cambio climático y los complejos temas suscitados por la Inteligencia Artificial generativa o IA y, más generalmente, por las nuevas tecnologías.

Examinemos primero lo que Ginebra Internacional -y en especial los jóvenes de Ginebra- pueden hacer para afrontar estos desafíos.

La catastrófica repercusión del cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad están presentes por doquier. Ningún país está exento del caos y el sufrimiento cada vez mayor que estos fenómenos generan. Sus repercusiones, en términos de derechos humanos, ya son masivas y van camino de empeorar.

Por consiguiente, los derechos humanos deberían también ser parte de la solución.

Tal como acordaron recientemente los Estados Miembros en la Asamblea General de las Naciones Unidas, toda persona, sea cual sea el lugar donda viva, tiene derecho a un medio ambiente limpio, saludable y sostenible, en un contexto de ecosistemas que conserven la biodiversidad.

Pero, para proteger el medio ambiente, es preciso que pongamos fin a la impunidad de que gozan quienes atacan a los defensores de derechos humanos, en particular a los miembros de los pueblos indígenas.

Debemos estimular y no desalentar la importante labor que realizan los activistas del clima, que en su mayoría son jóvenes.

También debemos frenar la financiación y los subsidios masivos otorgados a las industrias que destruyen el medio ambiente y debemos dar más prioridad a las inversiones en materia de desarrollo sostenible.

Mi Oficina seguirá promoviendo la erradicación rápida y equitativa de los combustibles fósiles y los remedios para las poblaciones perjudicadas por el cambio climático.

La COP28, que se celebrará a finales de este año, debe ser una reunión exitosa. Necesitamos adoptar medidas para mantener el límite de calentamiento en 1,5 grados, para evitar daños y pérdidas aún mayores, y debemos colaborar para promover una transición justa hacia una economía que beneficie a las personas y al planeta.

También sigo con interés el aumento de los litigios planteados por individuos y colectivos, tanto en tribunales nacionales del mundo entero como en cortes internacionales.

A principios de este año, para mencionar solo un ejemplo, una docena de niños plantearon una demanda judicial ante el Tribunal Constitucional de Austria, en la que alegaban que las leyes climáticas del país habían fracasado en la protección de sus derechos y los de las generaciones venideras.

Esta reclamación es similar a muchas otras medidas adoptadas en el mundo entero para exigir a los Estados un grado mayor de ambición en lo tocante al clima.

La Corte Europea de Derechos Humanos celebró en fecha reciente unas audiencias en su cámara principal -la Gran Sala, donde se examinan los casos más importantes presentados a la Corte- sobre dos casos en que los peticionarios demandaron a los gobiernos de Francia y Suiza respectivamente por no haber tomado las medidas adecuadas para proteger sus derechos humanos de los efectos del cambio climático. Otras causas relativas al cambio climático siguen siendo procesadas en este tribunal.

Estos ejemplos son alentadores, porque tanto el derecho internacional como las leyes nacionales deben impulsar la búsqueda de soluciones para abordar la triple crisis planetaria. Porque es preciso que nuestras respuestas estén basadas en nuestros valores y en los principios del Estado de Derecho, que son parte de nuestro patrimonio de derechos humanos.

También nos enfrentamos a numerosos retos e interrogantes en lo relativo al ámbito digital. La inteligencia artificial, las falsificaciones digitales (deep fakes) y los productos de bioingeniería se desarrollan con tanta rapidez que las regulaciones gubernamentales no consiguen mantener el paso.

Por supuesto, es importante recordar que esta tecnología, si se usa de manera adecuada, encierra un enorme potencial de beneficio para la humanidad.

Pero, si no la usamos adecuadamente, las consecuencias para nuestros derechos humanos pueden ser enormes.

Cuando no podemos estar seguros de dónde está la verdad, nadie puede sentirse en seguridad. Parece probable que en esa situación la confianza se verá muy afectada, tanto la confianza en nuestras instituciones como la que sentirmos entre nosotros mismos.

En muchas comunidades ya se sienten las repercusiones de la IA en la vida real. Basta pensar en lo que pueden representar las técnicas de reconocimiento facial aplicadas sin tener en cuenta sus consecuencias sobre los derechos humanos.

Es preciso que la IA opere en beneficio de todos y que luchemos contra las aplicaciones que refuerzan la discriminación y la exclusión.

La única manera de conseguirlo es escuchando las opiniones de los más perjudicados por la tecnología y sus prejuicios subyacentes: las poblaciones del sur del planeta, los pobres, los marginados, los miembros del colectivo LGBTIQ+, las mujeres y otros. En esta tarea, es fundamental que se tengan en cuenta las consecuencias imprevistas.

Por lo general, la regulación de la IA y las nuevas tecnologías exige sumo cuidado y reflexión. Y debemos situar a las personas en el centro de cualquier solución.

En términos más amplios, mi Oficina ha pedido a las empresas tecnológicas que garanticen la privacidad y la libertad, a fin de proporcionar un espacio amplio y seguro para que tanto las personas como las comunidades puedan mantener debates abiertos y almacenar su información privada. Estas compañías deberían adoptar todas las medidas legítimas para resistirse a los intentos de interferir y censurar las comunicaciones basándose en motivos que son incompatibles con los derechos humanos.

La concepción, la regulación y el uso de estas tecnologías deberían tener en cuenta los derechos humanos, sin excepción.  

En la fase de concepción de esta tecnología se deben incluir salvaguardas para proteger los derechos humanos, a lo largo de todo su ciclo vital.

Estas medidas cautelares son indispensables para toda tecnología que esté al servicio de la humanidad y promueva el bien común.

El remedio no debe ser peor que la enfermedad. Ya hemos visto cómo algunos gobiernos, con el pretexto de reprimir los delitos de odio o la desinformación, censuran a periodistas y defensores de derechos humanos, limitan la libertad y la privacidad en el ámbito digital o incluso clausuran totalmente el acceso a Internet.

Lo que necesitamos es una regulación muy cuidadosa, basada en los derechos humanos.

Estimados amigos:

Al abordar los retos que debemos afrontar, es preciso prestar especial atención a que los actos que realicemos hoy protejan y promuevan los derechos fundamentales de los jóvenes y las generaciones venideras.

Seamos francos: mi generación y las generaciones precedentes estamos entregando a los jóvenes de hoy un planeta amenazado por un calentamiento mundial catastrófico y por un aumento incesante de los desastres naturales.

Cuando examinamos lo que hemos hecho en el pasado al medio ambiente -ya fuera por codicia o por simple ignorancia- nos damos cuenta de que deberíamos ser mejores ancestros para las generaciones futuras.

Ante estos retos drásticos, es preciso resistirse a la tentación de repartir culpas, caer en el cinismo o abandonarse a la desesperación.

Pero yo estoy aquí para exhortarles, a ustedes los jóvenes, a que no vayan por esos rumbos.

En particular, quisiera alentarles a que participen en la actividad política. Muchos de los derechos que hoy disfrutamos -el derecho al voto de la mujer, los derechos laborales- tuvieron su origen en movimientos sociales. Esos movimientos han impulsado muchos de los cambios que han hecho posible el progreso de la humanidad.

Por eso les insto a que no renuncien a la política. Inscríbanse para votar. Luego, voten. Hagan que los funcionarios elegidos mediante esos votos rindan cuenta de sus actos. Infórmense sobre el cambio en sus sociedades. Participen en debates sobre los temas que les interesen. Y sean creativos.

Necesitamos que vuestra mirada juvenil examine con nuevas perspectivas los viejos problemas del mundo.

Y también os exhortamos -en esta ciudad donde el Presidente Reagan y el Secretario General Gorbachev trataron de limar las diferencias entre sus naciones, para bien del mundo entero- a que rechacéis cualquier enfoque binario.

Toda visión binaria del mundo cierra la vía al progreso. La realidad no debe plantearse en términos de Este contra Oeste, Norte contra Sur o mujeres contra hombres.

Los asuntos que hoy están en juego son muy complejos y es preciso recabar la colaboración de todos los que puedan contribuir. Necesitamos muchas opiniones en este debate. Vuestras opiniones.

Me complace poder dirigirme a una audiencia de universitarios. En una institución pedagógica como esta, creo que todos estaremos de acuerdo en que el debate debe basarse en datos empíricos.

Podemos llegar a diferentes conclusiones y debatirlas con pasión, pero tenemos que estar de acuerdo sobre los hechos. Debemos rechazar enérgicamente el ridículo concepto de “hechos alternativos”, una frase que se introdujo en el debate público hace pocos años.

Para orientarnos en el presente también necesitamos asimilar las lecciones del pasado y aprender de la historia.

Si hacemos caso omiso de la historia, no podremos vivir en un presente decoroso ni construir un futuro mejor.

Pero esto significa, en primer lugar, que debemos conocer nuestra historia.

En muchos lugares del mundo asistimos hoy a un esfuerzo deliberado de explotar el desconocimiento de la historia e incluso a un empeño de mantener en la ignorancia a los niños, los estudiantes y los electores.

La falta de conocimiento histórico y la manipulación de agravios derivados de versiones espurias de la historia, son elementos peligrosos.

Necesitamos instituciones como ésta para fomentar el libre debate, del que pueden surgir las mejores ideas. En particular, yo deseo alentar a los jóvenes como ustedes, que serán los líderes en la lucha por los derechos humanos universales en los próximos decenios.

También espero que podamos contar con vuestra participación individual y colectiva, así como con vuestras contribuciones, en la Iniciativa Derechos Humanos 75, que mi Oficina coordina este año.

El propósito de esta iniciativa es revitalizar las promesas de igualdad, justicia y derechos humanos para todos contenidas en la Declaración Universal. Derechos Humanos 75 culminará en un evento de alto nivel que tendrá lugar aquí en Ginebra en diciembre próximo, en el que esperamos recabar ideas novedosas y compromisos con los derechos humanos de cara al futuro.

Cuando echamos una mirada al estado del mundo actual, es fácil rendirse al cinismo y la desesperanza.

Pero yo prefiero la actitud de Eleanor Roosevelt, la primera dama de Estados Unidos que, en la estela de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, desempeñó una función crucial en la elaboración de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Me despido de ustedes con las palabras de Eleanor Roosevelt: “El futuro pertenece a quienes creen en la belleza de sus sueños”.

Muchas gracias.

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