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Declaraciones Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Ceremonia de entrega del Premio Martin Ennals

Premio Martin Ennals para Defensores de los Derechos Humanos

10 octubre 2017

Discurso de la Sra. Kate Gilmore, Alta Comisionada Adjunta de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Mesdames, Messieurs, estimados amigos:

Me honra participar en esta celebración mundial de los derechos humanos.

No puede haber mayor privilegio que éste, el de reunirnos en libertad, seguridad y comodidad, -como lo hacemos esta noche-, para reconocer, afirmar y celebrar a quienes, un día sí y otro también, defienden el ADN de nuestra dignidad, identidad y humanidad; quienes defienden los derechos humanos, esos principios indivisibles y universales, inalienables y fundamentales.

El poderío y las consecuencias de la defensa de los derechos humanos –y la urgente necesidad de su aplicación y sus repercusiones- pueden medirse, evidentemente, mediante diversos instrumentos de cálculo. Pero ningún baremo revela mejor la contribución que realizan los defensores de derechos humanos que el grado de fuerza bruta, persecución destructiva y represión despiadada que, en tantos lugares y bajo tantos regímenes, padecen actualmente esos adalides de nuestros derechos. Y cabe preguntar: Si sus opiniones carecen de importancia, si su activismo no significa gran cosa, si su valor no cuenta para nada, ¿por qué entonces quienes tienen tanto poder tratan de silenciar definitivamente a quienes pueden tan poco?

Esa represión pone de manifiesto, de manera perversa y con gran crueldad, la dimensión mundial y humanitaria de los progresos que los defensores de derechos humanos tratan de hacer realidad con su valiente esfuerzo.

En el mundo entero se manifiesta esta tendencia a la supresión de la libertad de expresión: desde la aplicación de políticas orientadas a sofocar las opiniones disidentes hasta los ataques contra el escrutinio público, la manipulación de la opinión pública y las encuestas electorales. Comprobamos los beneficios espurios que el poder desorbitado trata de procurarse en su modo de interferir con la independencia de la prensa, la judicatura, la policía y los parlamentos, para torcer y alterar esas instituciones, herramientas y metodologías esenciales del Estado que fundamentan y protegen nuestra libertad, y convertirlas en instrumentos perversos que la invaliden.  

Para que así los defensores de los derechos de las mujeres, del colectivo LGBTQI, de los derechos a la tierra de los pueblos indígenas, de los derechos de las minorías, puedan ser arrestados, mantenidos en incomunicación, sujetos a torturas y malos tratos, desaparecidos o asesinados.

Para que así los poderes descontrolados de los gobiernos puedan crecer aún más al amparo de las ficciones nacionalistas sobre los orígenes unirraciales y las fronteras soberanas, y el alcance de la autoridad pueda ampliarse a medida que los populistas aticen el odio y la violencia contra las minorías; para que el Estado de derecho y los principios de transparencia pública pueden reducirse a medida que los periodistas, abogados y jueces que tratan de trabajar con integridad e independencia sean cesanteados, detenidos o sufran una suerte aún peor.    

Para que así la labor de las ONG que defienden los derechos de los pueblos pueda ser obstruida mediante la regulación abusiva y las campañas calumniosas, maniatada con normas administrativas de imposible cumplimiento, bajo la amenaza de multas exorbitantes y mediante el uso indebido del sistema judicial para coaccionarlas. 

Pero estos medios complejos, densos y onerosos mediante los cuales se trata de anular a los defensores de derechos humanos también ponen de manifiesto hasta qué punto el poder político tiene miedo de la capacidad de esos activistas, del alcance de su escrutinio; indican hasta qué punto es limitada y vacilante la justificación que los privilegiados esgrimen ante los desposeídos; muestran cómo el poder basado en el engaño, el prejuicio y el odio florece en los lugares privados de la sana luz que únicamente brilla gracias a la labor de los defensores de derechos humanos.  

En contextos donde la violencia y la represión son abrumadoras, los activistas de derechos humanos siguen realizando su cometido. El coraje de su postura nos recuerda que, como dijo el juez Brandies del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, “el cargo político más importante es el de ciudadano particular”. 

Permítanme ahora detenerme un momento en las biografías de distinguidas personas que desempeñan ese importante cargo político: los ciudadanos particulares que son candidatos esta noche al Premio Martin Ennals para Defensores de los Derechos Humanos correspondiente a 2017.

Karla Avelar, de El Salvador, se ha enfrentado a numerosas amenazas, tanto por su labor en pro de los derechos humanos como por ser quien es: una persona transgénero orgullosa de su condición. Al igual que numerosas personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales de América Central, la Sra. Avelar ha sido víctima de la discriminación, las amenazas y la violencia. Los poderes públicos no la han protegido. Las instituciones encargadas de defender la justicia no han estado a su servicio. No obstante, con inmenso coraje, Karla Avelar moviliza apoyos en favor de los derechos del colectivo LGBTQI, de las mujeres, de las personas afectadas por el VIH, de los migrantes y de quienes están privados de libertad.

La Oficina del ACNUDH tiene el privilegio de colaborar estrechamente con la Sra. Avelar, cuya labor es sumamente valiosa para el futuro de su país y su región. Confiamos en que el gobierno de El Salvador verá este evento como una oportunidad de revisar y mejorar la protección de los defensores de derechos humanos y del colectivo LGBTQI.

Ny Chakrya, Yi Soksan, Lim Mony, Nay Vanda y Ny Sokha de Camboya, fueron excarcelados bajo fianza en junio, tras pasar 427 días en prisión provisional, una detención considerada ilícita por el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre la Detención Arbitraria. Los cinco siguen imputados por soborno de testigo o complicidad en soborno de testigo, cargos que podrían acarrearles condenas de cinco a diez años de prisión. La acusación se basa en el delito que presuntamente cometieron al prestar asesoramiento legítimo y reembolsar los costos de alimentación y transporte de una mujer que supuestamente estaba vinculada al dirigente de la oposición camboyana Kem Sokha, que fue arrestado el mes pasado y acusado de conspirar con una potencia extranjera. Los cinco activistas, a los que se impidió asistir a esta ceremonia, han trabajado muchos años en pro de los derechos humanos. Todos tienen una larga historia de auxilio a víctimas de vulneraciones de derechos, entre otras, a mujeres que han padecido la violencia doméstica, a víctimas de la trata de seres humanos, a personas despojadas de su derecho a la tierra y a muchas otras.   

Ahora que se aproximan las elecciones generales en Camboya y que se recrudece la intimidación contra los oponentes del gobierno y las personas que adoptan posturas independientes, es indispensable que la comunidad internacional siga trabajando en pro de un aumento de la protección de los derechos humanos en ese país.

Mohamed Zaree dirige en Egipto el Instituto de Estudios de Derechos Humanos de El Cairo, y está sujeto a una prohibición de viajar, como muchos otros activistas de derechos humanos en ese país. El Sr. Zaree decidió seguir trabajando en El Cairo, incluso cuando el personal del Instituto había recibido amenazas de muerte y a pesar de que numerosos activistas de derechos humanos huyeron del país en junio de 2013, cuando 43 miembros de ONG fueron condenados a prisión y varias ONG internacionales fueron clausuradas. Junto con al menos otros 37 activistas y miembros del personal, el Sr. Zaree está imputado en una investigación de carácter penal en la Causa No. 173/2011 de Financiación Extranjera, en la que se acusa a defensores de derechos humanos y ONG del sector de haber recibido fondos del extranjero con miras a desestabilizar el país. Hace cinco meses, durante un interrogatorio, el Sr. Zaree fue acusado de “tratar de dañar a Egipto” por su contribución al Examen Periódico Universal, un mecanismo de derechos humanos de las Naciones Unidas. En caso de que sea juzgado y hallado culpable, podría ser sentenciado a una pena de hasta 25 años de prisión.

La esfera pública de Egipto está en vías de desaparición, bajo oleadas de arrestos y la intimidación de numerosos activistas de derechos humanos, periodistas y disidentes políticos, junto con el bloqueo de más de 400 sitios web de ONG de derechos humanos y medios de prensa. Es indispensable que la comunidad internacional de derechos humanos siga vigilando lo que ocurre allí y siga apoyando a los defensores de derechos humanos de ese país y, en general, a su sociedad civil.

Al pronunciar estas palabras en honor de los candidatos al Premio Martin Ennals 2017, cuyo valiente servicio a sus comunidades y países nos inspira y debería guiarnos, permítanme evocar las antiguas raíces de su audaz exigencia de justicia, equidad y derechos. Desde el momento mismo en que los seres humanos surgimos del “caldo primigenio” de la evolución –cuando se secó el primer pantano- buscamos, creamos y aprovechamos los ámbitos de la sociedad civil y a los activistas que la componen; sus actos establecen las conexiones sociales que dan forma a nuestra vida cotidiana y nos integran en la “sociedad”. Necesitamos sus voces para nuestra supervivencia, para solucionar los problemas comunes, para denunciar la injusticia a la que estamos sometidos y necesitamos que su capacidad de disentir nos ayude a inventar, innovar y crecer.   

Incluso en la más lóbrega celda de la más cruel de las prisiones, en medio de un campamento de refugiados donde apenas hay recursos, en una frágil aldea remota en la cima de una montaña, correteando por los estrechos callejones de los arrabales miserables, entre los trabajadores callejeros, los dueños de chiringuitos, entre las charlas de los obreros rurales y los cantos de los pueblos indígenas o los gritos de los estudiantes que protestan, -por más que esa llama sea intermitente o menguante, por mucho que se vea ensombrecida por el poder coercitivo del Estado- e incluso sin la intervención mesurada y bien intencionada de las élites mundiales, siempre habrá personas que no se dobleguen, que no se resignen a ser silenciadas, que resistan.

Desde hace muchísimo tiempo, estos adalides defienden nuestros derechos. Y ninguna fuerza del presente podrá privarnos de sus dones.

Podemos mirar horrorizados cómo los dirigentes del mundo abusan de sus poderes. Pero miremos también con admiración cómo los defensores de derechos humanos utilizan su relativa impotencia. ¿Defensores de derechos humanos?

Debemos empoderarlos, apoyarlos, celebrarlos y honrarlos. Y unirnos a ellos.