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Declaraciones Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Discurso de la Sra. Kate Gilmore, Alta Comisionada Adjunta de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en la Reunión Ministerial Internacional sobre la respuesta del sector educativo a la violencia con motivo de orientación sexual o identidad/expresión de género.

Orientación sexual e identidad de género en la enseñanza

17 mayo 2016

17 de mayo de 2016

Permítanme decir simplemente: ¡gracias!

Gracias a Sus Excelencias, los Ministros, que nos han prestado su autoridad para ayudarnos a remediar esta violación de derechos humanos, tarea prioritaria para nosotros. Su ayuda es un rayo de esperanza. 

Gracias a la UNESCO por su liderazgo al abordar esta decisiva falta de conocimientos en un tema vital y por señalarnos el camino hacia la búsqueda de soluciones. Su aporte es un ejemplo de sabiduría.

Gracias a los docentes y otros profesionales de la enseñanza que en el mundo entero desarman la ignorancia y permiten que en su lugar florezca la tolerancia. Su labor es una fuente de promesas.

Gracias, de todo corazón, a los estudiantes del colectivo LGBT que desde cada rincón del mundo participaron en la elaboración de este informe, quebrando el silencio e incluso exponiéndose a padecer más violencia, y narraron sus experiencias de manera que nosotros también podamos enfrentarnos a nuestra inseguridad, nuestra ignorancia y nuestros prejuicios. Sus testimonios son veneros de conocimiento y aprendizaje. 

“¡La gente me dice que no tengo derecho a vivir!”, nos dice Nikita, un hombre transexual de Rusia.

“Me decían que yo era una vergüenza para mi sociedad y mi religión. Tuve interminables pesadillas y depresiones”, afirma Nora, del Oriente Medio.

Y Mia, de Suecia, nos cuenta que sus “días de clase los pasaba sobre todo escondiéndome, odiándome, sin saber realmente por qué”.

La violencia y el menosprecio que se ejercen contra los jóvenes con motivo de su orientación sexual y su identidad/expresión de género, ya sean éstas reales o aparentes, alcanzan niveles alarmantes y son invariablemente perniciosos. Las tasas de violencia que denuncian los alumnos del colectivo LGBT son tres veces más altas y, para los transexuales, las amenazas y las agresiones efectivas son incluso más graves y frecuentes. Más del 25 por ciento de los estudiantes del colectivo LGBT que participaron en la encuesta declararon que –en contradicción con sus derechos fundamentales a la integridad física y mental, en violación de sus derechos a la dignidad en materia de bienestar y salud sexual y reproductiva- habían experimentado alguna modalidad de violencia física o sexual. En determinados países, el 99 por ciento de los alumnos declaró que había presenciado abusos homófobos.  

Excelencias, amigos:

Dos procesos fundamentales acompañan al ser humano en el trayecto que va de la infancia a la edad adulta, un camino que todos recorremos. Estos procesos, profundamente humanos, son el autoaprendizaje y la autorrealización. Ambos forman parte del desarrollo humano y los dos modulan íntimamente lo que llegamos a ser en la edad adulta. Lo que aprendemos y la manera en que nos convertimos en nosotros mismos durante los años de adolescencia, son las fuerzas que dan forma a los aspectos esenciales de la personalidad que nos permiten emprender el viaje hacia la madurez.  

Todos hicimos ese viaje alguna vez –todos y cada uno de nosotros. Una salida paulatina de la crisálida de la infancia, un recorrido que nos permitió llegar a ser la persona que cada uno de nosotros es: con su individualidad, su identidad de género, su sexualidad, su talento, sus deseos y esperanzas…

¿Acaso es tan honda la amnesia de la edad adulta que no nos permite recordar la soledad, la incertidumbre y el desconcierto que sentimos a lo largo del camino? ¿Tampoco nos deja volver a sentir el tirón de su mezcla tóxica de vergüenza, miedo y asunción de riesgos?

¿Cómo podemos entonces tolerar, siquiera sea por un minuto más, esas normas, prácticas, leyes o políticas que convierten nuestro yo más profundo –nuestra identidad íntima e innata- en motivo de autoaversión, en causa de ostracismo, en razón para la marginación, en excusa de la violencia, y que transforman en delitos el amor consensuado y la multiplicidad de identidades de género? 

Sin embargo, en este aspecto estamos fracasando a escala mundial. En Europa y el Caribe. En el Pacífico y el Oriente Medio. En África, Asia y las Américas.     

Y ese fracaso se cobra la vida de muchos jóvenes.

El costo que representa, en términos de vidas jóvenes, nuestro fracaso en este aspecto, es algo que no podemos permitirnos pagar. ¡Habida cuenta de que actualmente hay más jóvenes que nunca antes en la historia de la humanidad, este asunto es de suma urgencia! No podemos permitir que persistan los obstáculos que impiden a los jóvenes el ejercicio de su derecho a acceder a servicios esenciales, a una información exacta y de calidad, y a una educación sexual de amplio espectro. No podemos permitir que se ilegalice el amor y las identidades transexuales ni dejar que el odio prevalezca.

Estos son asuntos de derechos humanos –los derechos de los jóvenes- y cuando los defraudamos en estas cuestiones, son ellos los que pagan por nuestro fracaso, con su futuro y con su vida.  

Si, por ejemplo, los estudiantes no se sienten seguros en la escuela, es más probable que lleguen a abandonar los estudios. Si son víctimas de abusos, tendrán una salud mental y física más precaria y padecerán de tasas de autolesiones y suicidios trágicamente elevadas. En el periodo de los ODM, en específico, de 2005 a 2012, las muertes por VIH y SIDA disminuyeron un 32 por ciento entre todos los demás grupos etarios, pero aumentaron casi un 50 por ciento entre los adolescentes. Este es el precio fatídico que se cobran el miedo, la ignorancia, los prejuicios y la amnesia de los adultos. ¿No es esto lo suficientemente preocupante?

Numerosas encuestas en diversos países muestran que la violencia homófoba y transfóbica socava la protección y la seguridad de comunidades enteras. Porque deterioran la confianza, deterioran el estado de derecho, deterioran la justicia, y en su lugar siembran las semillas del desorden, los prejuicios y el odio. Una mezcla tóxica que penetra profundamente en el tejido social, con amplias repercusiones.

La homofobia y la transfobia, como tantos otros prejuicios, crean un relato cáustico y ficticio del mundo. Sus inexactitudes burdas y toscas son otros tantos elementos de su crueldad. Porque la homofobia y la transfobia generan una cruel vulnerabilidad en cualquier niño o niña cuya apariencia no coincide con el presunto arquetipo de género ’correcto’, ya se trate de un chico con el  pelo largo o una chica con el pelo corto, o cualquier otro menor que no encaje completamente en una de las estrechas casillas creadas por los estereotipos de género. A fin de cuentas, no existen “normas” inmutables para establecer a primera vista un diagnóstico sobre mi sexualidad o la vuestra, ni sobre la identidad de género.     

Hay consecuencias brutales e indiscriminadas para todos nuestros hijos cuando, ya sea por acción o por omisión, no logramos defenderlos.

De modo que es irónico calificar de “proyecto de Occidente” la preocupación por los derechos de todos los niños y jóvenes –sin discriminación alguna-. Como se pone de relieve en este informe, los prejuicios florecen con tanta pujanza en Occidente que, con esos baremos, ni siquiera a Occidente podría considerársele occidental.

Y, por desgracia, las ficciones sobre la homofobia y la transfobia nos invitan a negar incluso nuestras propias historias –historias que en cada cultura están repletas de ejemplos de distintas identidades de género y de relaciones, eróticas o no, entre personas del mismo sexo.  

En manos de adultos amnésicos, también la ciencia se ha contaminado con ideas ficticias sobre nuestro yo íntimo. En un día como hoy, hace 26 años, la Organización Mundial de la Salud borró a la homosexualidad de las listas internacionales de enfermedades. Sin embargo, todavía hay docentes, padres y alumnos que creen que un niño o niña que se siente atraído hacia otro del mismo sexo es una persona enferma, como se destaca en el informe que hoy encomiamos aquí. Los niños y adultos transexuales afrontan una situación aún peor, al ser considerados ‘casos patológicos’ en las clasificaciones médicas nacionales e internacionales vinculadas a la discriminación y la violencia que padecen. Debemos adherirnos a los llamamientos de los expertos en derechos humanos y exigir la reforma urgente de esas clasificaciones.

¿Cómo hemos podido calificar de casos patológicos, criminalizar y rechazar con tanta celeridad las diversas identidades de género y las distintas modalidades del amor? ¿Cómo pudimos, al mismo tiempo, aceptar los prejuicios y no ilegalizar con suficiente rapidez los abusos de derechos humanos encarnados en el odio y la violencia? ¿Cómo no fuimos capaces de exigir responsabilidades a quienes cometían esos actos?

Excelencias, amigos:

Aquí están en juego varios principios fundamentales: Yo no tengo que caerles bien para que ustedes respeten mis derechos. Yo no tengo que estar de acuerdo con ustedes para defender sus derechos. No es preciso que ustedes sean como yo, para que yo proteja sus derechos. Los derechos no constituyen un sistema de apoyo o de gratitud mutua.

Tampoco son premios ni resultados de exámenes ni desfiles de modelos. Los derechos pertenecen a los mejores de nosotros y a los peores de nosotros. Son de todos y cada uno de nosotros, sin excluir a nadie, en beneficio de todos.

Una figura sin par, Nelson Mandela, nos recordó que “el odio se aprende”. No nacimos para odiar. Ningún prejuicio fluye por nuestras venas al nacer. Ningún instinto que nos lleve a despreciar específicamente a un color de piel, una raza, una religión, una etnia, un género o una sexualidad se encuentra prefabricado y al acecho en nuestra corteza cerebral.

Todo eso lo hemos aprendido. Por ende, todos los prejuicios, todos los odios, se pueden y se deben desaprender.

Podemos y debemos aprender a superar el odio. En su lugar, podemos y debemos enseñar a encomiar las diversas identidades de género y las relaciones íntimas consensuadas –el vínculo del amor-, y a estimar a quienes están en proceso de aprendizaje, incluso cuando están en el camino de desarrollar esas identidades y de aprender acerca del amor.   

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