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El lenguaje compartido de los derechos humanos puede ayudar a unirnos de nuevo, afirma Türk

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23 noviembre 2023
Pronunciado por: Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Profesor Bílková,
Estimados y estimadas estudiantes,
Estimados colegas, amigos y amigas

Les doy las gracias por darme la oportunidad de dirigirme a ustedes en este centro icónico y distinguido de aprendizaje. Los enormes legados de tantos estudiantes que asistieron a la Universidad Carolina, incluyendo a su anterior Presidente Václav Havel, por no mencionar a Franz Kafka o Rainer Maria Rilke, dos escritores a los que yo admiro personalmente, siguen gozando de una presencia indiscutible.

Como estudiantes de derecho internacional y relaciones internacionales que sois, sabéis perfectamente que vivimos tiempos de grandes dificultades para los derechos humanos.

Desafíos globales confluyen alrededor nuestro. Cada uno de estos desafíos es de una gran magnitud de forma individual, juntos forman una mezcla explosiva con el potencial de desatar consecuencias desastrosas para todos nosotros.

Hace casi dos años, Rusia comenzó su ataque armado a gran escala contra Ucrania. Más de diez mil vidas se han perdido desde entonces. El conflicto ha provocado grandes repercusiones por toda la región y el mundo entero, desatando una crisis de combustibles y alimentos y agravando la tendencia de recesiones económicas en numerosos países. 6,2 millones de personas se han visto obligadas a huir, incluyendo a las cerca de 368.000 personas que se han instalado aquí en la República Checa, sin saber si, cómo o cuándo podrán volver a sus hogares con seguridad.

La situación en Oriente Medio se caracteriza por un sufrimiento intolerable, el cual parece agravarse a cada minuto. Todos los actores con influencia en la zona deben hacer todo lo que sea posible por disminuir las tensiones de este conflicto y mediar para conseguir un alto el fuego por razones humanitarias o de derechos humanos. Debemos asegurar ayuda inmediata para la población de Gaza. Es necesario exigir también rendición de cuentas por todas las violaciones del derecho internacional humanitario y las normas internacionales de derechos humanos, a la vez que se brinda apoyo a las iniciativas concretas dirigidas a conseguir el fin último de que los israelíes y palestinos puedan convivir en paz, y con el pleno disfrute de sus derechos humanos.

Existen normas para las guerras, las cuales tienen todo el sentido de existir. Son el garante de nuestra humanidad intrínseca. La violencia desproporcionada y en escalada constante por la cual los civiles son los que pagan el precio solo beneficia a los extremistas.

Y aun así, por todo el planeta, somos testigos de niveles de conflictos violentos que no se veían desde 1945. Una cuarta parte de la humanidad vive en la actualidad en lugares afectados por conflictos.

La guerra es el resultado de perder de vista los valores que nos unen.

Es lo que ocurre cuando el nivel de desprecio por el prójimo es tan grande que esos mismos seres humanos se convierten en anónimos.

Cuando niños y niñas son asesinados simplemente por el ansia de poder o de venganza.

Cuando la confianza entre nosotros y en nuestras instituciones la cual se supone que ha de guiarnos se desintegra hasta un punto tal que la vida humana deja de ser importante.

Esta turbulencia global no se detiene con los conflictos. Estamos viendo cómo los derechos de las mujeres son reprimidos en muchos países, atrapando a mujeres y niñas en un ciclo de privaciones y de reducción de las oportunidades a su disposición, todo ello en nombre de los valores tradicionales y para seguir afianzando el poder del patriarcado.
Las desigualdades son cada vez más profundas, y padecemos niveles de pobreza que no se veían desde hace una generación.

Las redes sociales y otras plataformas digitales están extendiendo la desinformación y el discurso de odio dirigido contra judíos, musulmanes, cristianos, mujeres y niñas, grupos minoritarios, refugiados y migrantes, afrodescendientes y personas LGBTIQ+. Además, los avances de la inteligencia artificial, no regulados en su mayor parte y sin control alguno, plantean riesgos enormes para los derechos humanos, en especial para el derecho a la privacidad, incluso sabiendo que también ofrece un potencial enorme para que la sociedad siga evolucionando.

A estas tendencias desestabilizadoras se une la triple crisis planetaria que supone la emergencia climática, la contaminación y la pérdida de biodiversidad, una crisis de derechos humanos que es de carácter existencial en su esencia.

Aquí, en la República Checa, según afirma la Agencia Internacional de la Energía, durante las dos últimas décadas, la temperatura media ha ido aumentando a un ritmo más rápido que la media global.

En todo el mundo, nos estamos precipitando hacia un incremento de 3 grados Celsius respecto a la era pre-industrial, en un entorno caracterizado por una contaminación extendida y asfixiante.

Vivimos una distopía que hemos creado nosotros mismos.

A la vez que continuamos deslizándonos hacia un desastre medioambiental, necesitamos que los gobiernos y líderes empresariales adopten más medidas al respecto. Espero sinceramente que la COP28 de la próxima semana suponga la puesta en marcha de los pasos decisivos que el planeta viene demandando.

Estimados amigos y amigas,

A medida que estos retos mundiales se acumulan, nos preguntamos cuál será el crescendo y cuándo llegará.

Es fácil perder de vista la esperanza, o incluso rendirse a la desesperación.

Pero aquí me gustaría citar las palabras del anterior presidente de ustedes, Václav Havel, también disidente y escritor popular, que basó gran parte de su filosofía en el poder de la esperanza.

"¿No son en los momentos de duda más profunda cuando se originan nuevas certezas? Tal vez la desesperanza sea el mismo suelo que nutre la esperanza humana; tal vez nunca se pueda encontrar sentido a la vida sin antes haber experimentado su absurdidad".

En efecto, estamos experimentando la duda y el desastre a nuestro alrededor.

En efecto, estamos viviendo un capítulo de la historia muy preocupante.

Pero es un capítulo que nos obliga a actuar y a aferrarnos con fuerza a la esperanza que todos y todas necesitamos.

Como joven estudiante, pude encontrar esta esperanza en la visión transformadora que ofrece la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Nací en Austria, justo veinte años después de que finalizara la Segunda Guerra Mundial. El horror que se había apoderado de mi propio país, de toda Europa y, en realidad, de gran parte del mundo, todavía era patente.

En 1948, tras el genocidio y el Holocausto, tras la guerra, la Gran Depresión y la amenaza nuclear, el mundo se encontraba al borde del desastre.

Cuando los líderes mundiales se reunieron para crear las Naciones Unidas y, posteriormente, para redactar la Declaración Universal de Derechos Humanos, les movía la ambición colectiva de un mundo libre del temor y la miseria.

La Declaración Universal ofreció a nuestra generación y a las siguientes una vía para salir del caos.

No era una ideología más; se trataba de un conjunto de herramientas prácticas para países e individuos.

Un mapa para sociedades basadas en la justicia, la igualdad y la dignidad.

Reafirmaba la universalidad de todos los derechos humanos: el hecho de que los derechos económicos, sociales y culturales eran tan cruciales para el bienestar humano como los derechos civiles y políticos.

En las últimas siete décadas y media, este mapa ha dirigido avances importantes.

En muchos lugares se han desmantelado estructuras de discriminación racial y género profundamente arraigadas. Se han logrado avances significativos en el acceso a la educación y la atención sanitaria. Los movimientos en pro de los derechos de género, la lucha contra el apartheid, la descolonización y la protección del medio ambiente se han instalado y han obtenido resultados.

Los 30 artículos de la Declaración Universal son intemporales. Hablan a través de las generaciones y a través de las crisis, ya se traten de conflictos, pandemias o recesiones mundiales.

Porque las sociedades afianzadas en los derechos humanos están mejor dotadas para resistir estas perturbaciones.

Sus oportunidades, recursos y servicios se comparten por igual.

Su gobernanza se define por la depuración de responsabilidades y la justicia.

Y cada miembro de la sociedad —con independencia de su género, etnia, religión u otra característica determinante— es libre y está facultado para aportar su voz de forma activa al bien común.

Al conmemorarse este año el 75º aniversario de la Declaración Universal, debemos reconocer los avances realizados en diversos frentes desde 1948, aun sabiendo que la magnitud y la gravedad de los múltiples retos a los que nos enfrentamos reflejan que ya no son válidos los preceptos y métodos de trabajo que veníamos empleando hasta ahora. Debemos reflexionar sobre los éxitos y los fracasos desde la adopción de la Declaración Universal, al mismo tiempo que tratamos de impulsar su espíritu y servirnos de la sabiduría de quienes nos precedieron.

Por medio del fomento de la unidad, el diálogo constructivo y el entendimiento.

Mediante inversiones políticas y financieras considerables en la arquitectura mundial de los derechos humanos.

Y volviendo a lo básico: el principio rector de la Declaración Universal de que todos y todas nacemos en igualdad de derechos y dignidad.

Estimados amigos y amigas,

Me gustaría referirme un instante a la situación de los derechos humanos aquí en la República Checa. Muchos y muchas de los aquí presentes han crecido en una República Checa poscomunista, un país concebido tras la Revolución de Terciopelo. Una nación definida por el deseo de libertad, cambio social y progreso. La mayoría de ustedes en la actualidad disfrutan de una educación universitaria de calidad, una sanidad universal y un espacio cívico abierto y vibrante: derechos y libertades fundamentales, que son esenciales para una democracia sana y operativa.

Sin embargo, como saben, no todas las personas disfrutan de estos mismos derechos. Acabo de llegar de una reunión con representantes de la comunidad romaní, entre otros miembros de la sociedad civil. Me han contado sus experiencias padeciendo estereotipos y discriminación en numerosos ámbitos de su vida, desde la vivienda a la educación, y a la hora de buscar empleo. Según datos de la Red Europea contra el Racismo, el 78 % de los ciudadanos romaníes de la República Checa sufren discriminación a la hora de buscar trabajo.

En muchos países de Europa, la población romaní es uno de los grupos minoritarios más marginados.

En la República Checa, más de tres cuartas partes de la población romaní viven en situación de pobreza.

Estoy seguro de que muchos y muchas de ustedes recordarán algunos de los casos denunciados de brutalidad policial contra personas romaníes.

O los casos, ampliamente denunciados, de esterilizaciones ilegales, principalmente a romaníes, que se remontan a la época comunista.

O las numerosas familias de refugiados ucranianos de etnia romaní abandonadas durante largos periodos en las estaciones de tren mientras otros refugiados ucranianos eran trasladados sin dilación para registrarlos y buscarles alojamiento.

Son historias de discriminación y trato diferenciado y excluyente que todos y todas debemos superar.

Asimismo, resultan preocupantes las cuestiones planteadas por otras organizaciones de la sociedad civil, en particular sobre la situación de las mujeres en la República Checa. Es fundamental avanzar hacia la ratificación del Convenio de Estambul, el tratado europeo histórico para poner fin a la violencia contra las mujeres. Los datos indican que en el lugar de trabajo las mujeres siguen infrarrepresentadas en puestos de responsabilidad, y que existe una diferencia salarial importante.

La eliminación de estas barreras a la participación libre y equitativa de las mujeres, no solo aquí en la República Checa, sino en todas las partes del mundo, exige el desmantelamiento del patriarcado. Espero que todos y todas estemos de acuerdo en trabajar en esta dirección.

Estimados amigos y amigas,

En medio de estos retos complejos y coincidentes, la humanidad se halla en una encrucijada.

¿Cómo podemos avanzar?

Sobrepasar las profundas divisiones geopolíticas del mundo requiere un lenguaje común, que se base en nuestros valores comunes. Este lenguaje compartido son los derechos humanos, un idioma basado en la igualdad, la justicia y la dignidad. Un sistema de valores que abarca todas las generaciones, culturas y continentes.

Las soluciones para las innumerables dificultades que afrontamos deben ser complementarias. Por ejemplo, las medidas para hacer frente a la discriminación deben abordarla en todas sus formas: no solo la discriminación de género, la racial, ni la religiosa. Los esfuerzos para combatir el cambio climático también deben abordar las desigualdades, porque las personas más vulnerables del mundo son las más afectadas por esta crisis. Las soluciones en pro de la paz deben basarse en el desarrollo sostenible.

Y todos estos esfuerzos deben basarse en la solidaridad y la compasión. No solo entre países y comunidades, sino también entre individuos. Los seres humanos poseen una gran capacidad de resistencia para superar las crisis. Pero es fundamental que lo hagamos juntos y juntas.

Por último, las soluciones más eficaces dependen de las opiniones de todas las personas: de la participación libre y significativa de todos y todas. Es necesario ante todo escuchar a quienes llevan silenciados mucho tiempo, a quienes han sido marginados por nuestras sociedades y a quienes se ven más afectados por la multitud de crisis a las que nos enfrentamos.

Lo que necesitamos, dicho de otro modo, es la hoja de ruta que nos marca la Declaración Universal de Derechos Humanos.

La Iniciativa Derechos Humanos 75 de mi Oficina pretende recuperar el espíritu de la Declaración y adaptarlo a los retos actuales y futuros. Nuestro acto de alto nivel del 11 y 12 de diciembre en Ginebra expondrá nuestra visión de los derechos humanos para las próximas décadas, teniendo en cuenta los grandes retos a los que nos enfrentamos en la actualidad.

Para ello es fundamental la visión y el activismo de los y las jóvenes de todo el mundo.

Creo firmemente que ustedes, como líderes y pensadores del mañana, pueden activar y poner en práctica el cambio que todos y todas necesitamos, devolviendo la fe en los derechos humanos y reorientándonos por el buen camino.

En esta era de gran división, debemos recordar que todos y todas pertenecemos a la misma familia humana.

Porque cada uno de nosotros y nosotras, al margen de dónde vivamos o de lo que creamos, solo queremos seguridad y paz para nosotros y para las personas que amamos.
El lenguaje compartido de los derechos humanos puede ayudar a unirnos.

Franz Kafka escribió: "Empieza por lo que es correcto, en lugar de por lo que es aceptable".

Mi profundo agradecimiento a todos y todas ustedes por desempeñar su papel en la defensa de lo que es correcto, a través de sus estudios, su activismo o en sus comunidades. Las acciones de ustedes son indispensables para forjar el futuro que todos y todas queremos y necesitamos.

Gracias.

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