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Declaraciones y discursos Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

Los desafíos de hoy en día necesitan de las soluciones que aporta la Declaración Universal de Derechos Humanos, afirma Türk

24 octubre 2023

Pronunciado por

Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En

Universidad de Noruega

Lugar

Oslo

La Iniciativa Derechos Humanos 75:
Un enfoque dirigido a encontrar soluciones sobre cómo las Naciones Unidas, los Estados Miembros de las Naciones Unidas y otros actores no estatales pueden hacer frente a los desafíos actuales y futuros en materia de derechos humanos

‘75 Años Después: Buscando soluciones con base en los Derechos Humanos’

Estimados amigos y amigas,

Quiero dar las gracias al Centro Noruego de Derechos Humanos por la invitación.

Estoy encantado de poder estar aquí hoy con ustedes en esta universidad tan distinguida.

En sólo unas semanas vamos a celebrar el 75º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Lo hacemos en un momento histórico plagado de desafíos globales.

Cada uno de ellos es ya de por sí de enormes proporciones. Juntos, conforman un desastre potencial para cada uno de nosotros y nosotras.

A la mente me viene el reciente recrudecimiento del conflicto en Oriente Medio, aunque hay muchos otros ejemplos destacables. Otro ciclo de violencia y represalias, además del dolor humano intolerable que lo acompaña, se ha puesto en marcha. En primer lugar, la terrible e injustificada violencia de los ataques efectuados contra civiles israelíes lanzados desde Gaza el 7 de octubre, que incluyeron la toma de más de 150 rehenes, muchos de los cuales son niños. Posteriormente, los bombardeos masivos de Gaza, los cuales han acabado con la vida y dejado heridas a miles de personas, además de los daños causados al hospital de mayor tamaño de Gaza, todo ello en medio de un bloqueo que ha cortado el suministro de electricidad, agua, alimentos y combustibles para toda la población de la Franja de Gaza.

La antigua y conocida maquinaria de violencia y muerte continúa triturando cuerpos de israelíes y palestinos. Israel tiene razones legítimas de seguridad, al igual que los palestinos tienen agravios arraigados desde hace mucho tiempo. No obstante, toda respuesta debe respetar las leyes de la guerra y las normas de derechos humanos. No cabe excepción alguna a esta condición. Millones de civiles palestinos y palestinas no tienen por qué pagar el precio por las atrocidades perpetradas por Hamas, no importa lo crueles que hayan sido estas atrocidades.

Y en última instancia, todas las partes deben llevar a cabo medidas, incluyendo terceras partes con influencia en este conflicto, para ofrecer más justicia y aportar un mayor respeto en esta situación. Las generaciones futuras de palestinos e israelíes tendrán que o bien compartir la tierra con dignidad y tolerancia, o compartir los montones de escombros y cadáveres que queden en ella. Los israelíes y palestinos son la única esperanza que tienen unos para los otros de lograr una paz duradera, y para ello tienen que ser capaces de vivir juntos, respetando los derechos del otro. Los líderes políticos actuales han de romper los círculos viciosos de la violencia, el suplicio y la venganza, y sustituirlos por una visión de coexistencia pacífica.

Esto ha de suceder asimismo en otros lugares del planeta, como en Ucrania, aunque también en lo que se refiere al cambio climático y a cuestiones relacionadas con la migración, nuestro futuro ha de construirse alrededor de un núcleo sólido de justicia universal. Necesitamos aprender a vivir juntos, con dignidad y respeto. Debemos evitar este aumento de las hostilidades, polarización y divisiones que nos separan.

Tenemos que empezar a tejer un entramado social que sea resiliente y cordial para todo el mundo; un entramado lleno de colorido y diversidad que nos mantenga unidos, y que nos permita compartir de un modo más justo, a la vez que cuidar, este planeta frágil y hermoso, así como unos de los otros.

Este objetivo principal, al igual que los pasos que podemos dar para conseguirlo, constituyen el significado permanente de la Declaración Universal.

Analicemos en qué momento se aprobó este documento histórico.

Era un momento cuya oscuridad e incertidumbre tiene mucho eco en la actualidad, a mi parecer.

Hace setenta y cinco años, la Segunda Guerra Mundial acababa de terminar. En el espacio de tres décadas se habían librado dos brutales Guerras Mundiales, las cuales dejaron un legado de derramamiento de sangre y devastación sin precedentes. Un sistema abominable de asesinatos en masa se había convertido en un genocidio. La bomba atómica trajo consigo un tipo y escala masiva de destrucción y muerte nunca antes vistos en el planeta. Millones de personas fueron obligadas a abandonar sus hogares y echar raíces en lugares que les resultaban completamente desconocidos y complejos.

Fue entonces cuando países procedentes de todas las regiones del mundo se reunieron para fundar las Naciones Unidas y establecer una declaración destinada a poner fin a estos ciclos implacables de generación de terror, destrucción y pobreza, los cuales estos países se habían visto obligados a soportar.

Durante este proceso los países se nutrieron de culturas y movimientos que se extienden por todos los rincones de nuestro planeta y a lo largo de diferentes eras históricas. Desde las tradiciones religiosas y filosóficas hasta las revoluciones americana y francesa, aunque también la revuelta de esclavos en Haití, el movimiento obrero, el feminismo, la lucha contra el imperialismo y la lucha contra el apartheid.

Y fue en ese momento cuando diseñaron un plan maestro para facilitar la gobernabilidad. Un texto que trazaba de manera clara, para esas mismas generaciones y para las futuras, una ruta que evitara las guerras. Una ruta hacia la reconciliación tras las disputas y hacia la construcción de sociedades que fueran más justas, más equitativas, y, por lo tanto, más resilientes.

Ellos formularon nuestros derechos, inherentes a cada uno de nosotros y nosotras: tú vales lo mismo que yo.

El derecho a vivir sin ningún tipo de discriminación, detención arbitraria o tortura. Los derechos a la educación y a una alimentación adecuada; a asistencia sanitaria; a vivienda; a protecciones sociales, así como a condiciones laborales justas. Libertad de expresión, opinión, y el derecho a la vida privada. Libertad de asociación y de reunión pacífica, además de libertad para participar, de manera decisiva, en los asuntos públicos. Libertad de religión o creencias. El derecho de asilo y el derecho a la nacionalidad. Y muchos otros más.

Este documento histórico, el más traducido de la historia, ha guiado enormes avances en todas las regiones del mundo.

Muchas estructuras que perpetuaban una grave discriminación racial y de género fueron desmanteladas. Se han conseguido avances en materia de educación y sanidad que anteriormente parecían inconcebibles. Se hizo también más evidente la necesidad de que gobiernos e instituciones escuchen, informen e incluyan plenamente y de manera significativa a las personas en la toma de decisiones.

Muchos países recuperaron su independencia.

Y las personas recuperaron sus derechos de manera rotunda. Y lo que quizás sea lo más importante de todo, la Declaración Universal inspiró un activismo y una solidaridad vibrantes, imaginativos, y poderosos, todo lo cual dio poder a las personas de todo el mundo para defender sus derechos y para participar activamente en sus comunidades y sociedades.

Este activismo, con base en realidades vividas, fue el que dio el impulso para la creación de nuestras estructuras internacionales de derechos humanos. Ha sido el que ha sostenido los esfuerzos destinados a erradicar otras formas de discriminación, incluyendo la que sufren las personas LGBTI+, además de para reconocer el derecho al desarrollo y el derecho a un medioambiente limpio, sano y sostenible. El compromiso y la visión de la sociedad civil ha contribuido también a la adopción de numerosos tratados, leyes y otros instrumentos diseñados para defender y proteger los derechos humanos, entre los que se incluyen la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.

Estoy convencido de que el ideal de los derechos humanos ha supuesto uno de los movimientos de ideas más estimulante y positivo de la historia de la humanidad, y que, por encima de todo, ha sido también uno de los más fructíferos.

Se trata de un ideal al que debemos volver en estos momentos de incertidumbre, turbulencias y amenazas.

Los conflictos están en aumento. Nos enfrentamos al mayor número de conflictos violentos desde 1945, se calcula que una cuarta parte de la humanidad vive en lugares afectados por conflictos. Y además, tal como ha quedado patente de manera horrible en las hostilidades a gran escala entre Israel y el Territorio Palestino Ocupado acontecidas durante las últimas semanas, las guerras y conflictos de esta naturaleza son inmisericordes, con apenas respeto por la protección de los civiles.

El racismo y la discriminación, en especial la dirigida contra mujeres y niñas, están de forma inquietante al alza, lo que se refleja en los decididos intentos por torpedear los avances reales conseguidos en décadas recientes. El antisemitismo y la islamofobia se han generalizado también, con provocaciones deliberadas, tales como los deplorables incidentes de la quema del Corán, diseñadas para avivar tensiones entre comunidades y países.

El programa mundial de desarrollo, el cual prometía acabar con la extrema pobreza antes de 2030, se tambalea ahora, debido en parte al alza de los precios de los alimentos y los combustibles como consecuencia de la guerra de Rusia contra Ucrania.

Las plataformas digitales se han convertido en sistemas de transmisión de desinformación y de viles discursos de odio contra mujeres y niñas; contra los y las afrodescendientes; judíos y judías; musulmanes; personas LGBTIQ+; refugiados y refugiadas; migrantes, y muchas otras personas pertenecientes a grupos minoritarios. Los avances tecnológicos sin regulación de la inteligencia artificial, las armas autónomas y las técnicas de vigilancia nos hacen vulnerables ante nuevas y profundas amenazas que se ciernen sobre los derechos humanos.

Cada vez en más países, las severas restricciones al espacio cívico debilitan las instituciones de justicia; los medios independientes; así como el espacio para poder ejercer las libertades fundamentales de todo el mundo.

Todas estas tendencias alimentan la amenaza generalizada y existencial de la triple crisis planetaria, la cual es sin lugar a dudas la amenaza más crucial para los derechos humanos a la que se enfrenta nuestra generación.

Además, estas tendencias se aprovechan de la ansiedad que provoca el futuro, algo que creo que todos padecemos en cierto grado, una sensación inquietante de que las opciones que nos quedan se van reduciendo.

Esta es una realidad especialmente veraz para los y las jóvenes. Estas tendencias dominantes van a repercutir con toda seguridad sobre vuestras aspiraciones personales, sobre vuestras carreras profesionales, y de hecho sobre toda la trayectoria que tomen vuestras vidas, al igual que la de las próximas generaciones.

A pesar de todo esto, hoy estoy aquí con un mensaje claro: un mensaje lleno de esperanza y para animar a ponernos manos a la obra.

La hoja de ruta necesaria para gestionar y resolver estos retos enormes ya existe.

Se encuentra dentro del mapa que trazó para nosotros la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Esta hoja de ruta exige que todos los pueblos y todos los Estados, incluyendo a Noruega, desempeñen el papel que les toca, aunque la ruta es clara y práctica.

Un mayor respeto por los derechos humanos ( todos los derechos humanos), es el único pilar para lograr un desarrollo más sostenible y una paz más duradera. Esta es una verdad sencilla, pero con un poder enorme. 

Las sociedades que están arraigadas en los derechos humanos están mejor equipadas para soportar las conmociones, ya se deriven estas de desastres naturales, conflictos, una pandemia o una recesión global.

Son asimismo la única vía posible para diseñar leyes e instituciones a las que se pueda recurrir para resolver disputas y avanzar en la estabilidad social y económica.

Economías y sociedades que sean inclusivas, en las cuales se compartan de forma equitativa las oportunidades, los recursos y los servicios, y donde se pueda exigir responsabilidades a los gobiernos, donde se haga justicia, y donde existan oportunidades, comunicación entre las personas y esperanza.

Medios de comunicación libres e independientes, y los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión pacífica, contribuyen a adoptar decisiones mejores y más informadas. Estos derechos sirven también para asegurar que todos los miembros de la sociedad, incluyendo a los y las jóvenes, sientan que participan y que su opinión importa para conseguir el bien común.

De igual manera, ningún país podrá prosperar de verdad, económicamente o de otra manera, si muchas personas quedan excluidas de poder acceder a oportunidades. Los derechos a vivir sin discriminación, y a tener un acceso equitativo a recursos y oportunidades, benefician a todo el conjunto de la sociedad.

Estos valores, la convicción compartida de que todos los seres humanos son iguales en dignidad y en derechos, suponen el núcleo de las Naciones Unidas, actuando como el hilo que conecta todo nuestro trabajo, desde la prevención de conflictos hasta la consolidación de la paz, la ayuda humanitaria, el desarrollo, la buena gobernanza y mucho más.

El mes pasado, una encuesta realizada por la Open Society Foundation a más de 36.000 personas de 30 países, vino a confirmar lo que ya sabemos por nuestra colaboración diaria con diversas comunidades y personas merced a la labor que lleva a cabo mi Oficina.

La encuesta concluyó que el 72% de los encuestados creían que los derechos humanos son «una fuerza sin límites temporales», y un porcentaje similar consideraba que estos principios reflejaban sus propios valores personales.

No obstante, de manera inquietante, la encuesta también mostró una desilusión generalizada por parte de los y las jóvenes respecto de la capacidad de la política democrática para resolver los problemas, y creo que este punto es esencial.

Para generar confianza en el Gobierno, es imprescindible que los Gobiernos demuestren su capacidad para ofrecer soluciones justas y efectivas.

Un interés propio y bien entendido, debería servir por sí solo para alentar la integración de los derechos humanos en el núcleo de la política y la gobernanza, siendo la única ruta sostenible para que los Gobiernos puedan satisfacer de forma eficaz las necesidades de sus pueblos.

Consideremos los ingredientes esenciales necesarios para proponer soluciones hoy en día, dentro de nuestras sociedades y en toda la comunidad global.

En primer lugar, tenemos que superar las divisiones geopolíticas, a través de un lenguaje común y un sentido de objetivos compartidos. Un enfoque ideológicamente neutro, pero que comprometa los profundos valores compartidos de la humanidad.

En segundo lugar, las soluciones para los desafíos de todo tipo deben ser coherentes entre sí. Las iniciativas para impulsar el desarrollo sostenible también deben mitigar el cambio climático y abordar la discriminación sistemática. Si una iniciativa perjudica a otra, el resultado es una pérdida caótica de tiempo. Pero si por lo contrario una solución puede emplearse como base para diseñar otra, entonces estaremos consiguiendo avances.

En tercer lugar, las soluciones han de hacer partícipes a nuestros sentidos más profundos: la solidaridad y la empatía. Hoy, las personas que menos tienen están siendo las más afectadas. En lo que se refiere a una transición justa, por ejemplo, este proceso exige que las voces e intereses de las personas y comunidades afectadas, incluyendo a los pueblos indígenas, se sitúen como el objetivo del diseño de las políticas y medidas destinadas a acabar con la dependencia de los combustibles fósiles. Y, en el caso de los refugiados y refugiadas (quienes se encuentran entre los grupos más vulnerables), todos los Estados deben estar a la altura de sus responsabilidades a la hora de proporcionar asilo, reconociendo que los países y comunidades con menos recursos son los que albergan a la amplia mayoría de personas que han de desplazarse por culpa de la persecución y el conflicto.

En cuarto lugar, encontrar soluciones eficaces también requerirá de las contribuciones plenas de todos los miembros de todas las sociedades. Una participación libre y significativa por parte de todos y todas es fundamental para conseguir cambios concretos. Hemos de sacar provecho de la creatividad, las habilidades y de los comentarios críticos de todas las personas, y de forma especial de aquellas personas que han sido marginadas. Los gobiernos deben redoblar sus esfuerzos para reducir las tensiones y divisiones que anidan dentro de la sociedad y que abren la posibilidad de excluir a muchas personas de participar en la vida pública. Esto incluye medidas acordadas para hacer frente al aumento del odio racial y religioso. Y en todos los aspectos del proceso de toma de decisiones, es vital que construyamos puentes entre personas, de forma particular entre las personas más afectadas, y las instituciones gubernamentales y las empresas.

Lo que necesitamos, en resumen, es la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Una articulación a fondo de nuestros valores universales cuyo uso como guía ha sido puesto a prueba una y otra vez, y que ha demostrado ser al mismo tiempo práctica y resiliente.

La Declaración nos muestra no sólo cómo puede sobrevivir la humanidad, sino también cómo puede prosperar, tanto en el presente como en el futuro.

Yo espero que este 75º aniversario sea recordado como algo mucho más relevante que una oportunidad para la reflexión.

Hagamos que sea el punto de inflexión que renovó nuestro compromiso para solucionar las dificultades a través de los derechos humanos.

Una oportunidad para volver a capturar el espíritu que condujo a la aprobación de la Declaración, y a proyectarlo hacia el futuro.

Dándonos a cada uno de nosotros y nosotras las herramientas para desempeñar un papel principal a la hora de diseñar soluciones, canalizando la visión inspiradora que la caracteriza.

La Iniciativa Derechos Humanos 75 que dirige mi Oficina culminará con un evento de alto nivel a celebrarse el 11 y 12 de diciembre.

Animo al Gobierno noruego, junto a las empresas nacionales y a los grupos de la sociedad civil a que den un paso adelante con compromisos relevantes y catalizadores en materia de medidas específicas de derechos humanos a fin de introducir los cambios transformadores que necesitamos de forma tan urgente.

Está clara la importancia persistente de los derechos humanos ya que las personas siempre serán importantes.

Pero estas leyes y principios resultan fundamentales en tiempos de crisis, cuando el futuro produce ansiedad, reina la discordia y las respuestas son esquivas. Es entonces cuando los valores fundamentales, y las lecciones de la historia, nos pueden volver a guiar por el rumbo correcto.

Gracias.